35 años del reconocimiento de la Unesco
Santiago, una Ciudad Patrimonio en la encrucijada
Compostela se debate entre la conservación de su zona monumental y que no se convierta en un decorado
Tras años cerrado, el Monasterio de San Martín Pinario se reabría una mañana de diciembre de 1985 para acoger un acontecimiento largamente esperado en Compostela. El entonces director general de la Unesco, el senegalés Amadou-Mahtar M’Bow, viajaba a la ciudad para declararla Patrimonio ... de la Humanidad. antiago se convertía, junto a Segovia, en la primera urbe española con la distinción . 35 años después, la ciudad del Apóstol celebra la efeméride en medio de una pandemia que lo ha cambiado todo, pero que hasta la llegada del coronavirus se debatía entre la necesidad de compaginar la conservación de su imponente zona monumental y la de evitar que se convirtiese en un decorado de piedra sin más vida que la turística.
Xosé Sánchez Bugallo recuerda el frío «horroroso» que pasaron todos los invitados en el acto. El actual alcalde de Santiago era jefe de gabinete del entonces regidor, el arquitecto Xerardo Estévez, una de las figuras clave en la consecución del Patrimonio de la Humanidad. El monasterio benedictino «se intentó calefactar ese mismo día, pero no fue posible», indica. «En aquel momento no se sabía muy bien en qué consistía y lo que iba a suponer la declaración», reconoce Bugallo. Pasado el tiempo, el alcalde cree que el reconocimiento h a servido para «poner en valor el Patrimonio Histórico de Santiago» y hacer ver que su cuidado es una «responsabilidad compartida», no solo desde la ciudad, sino también desde Galicia, España e incluso a nivel internacional.
Desde hacía tiempo, distintos profesionales del Colegio de Arquitectos de Galicia, del Museo do Pobo Galego, de la Alcaldía y de la Xunta trabajaban en el expediente que se llevó al Ministerio de Cultura y de ahí a la Unesco para promover la candidatura. El arquitecto Iago Seara, que en la época era jefe de Servicio de Patrimonio Arquitectónico en la Consellería de Cultura, explica que la declaración finalizó un largo proceso iniciado muchos años antes. Una serie de normas previas habían ayudado a que los monumentos románicos, góticos y barrocos de la ciudad no hubiesen desaparecido en los años 80. La primera protección había llegado ya en 1895 con la declaración de la Catedral como Monumento Nacional. Poco después de finalizar la Guerra Civil, en 1940, Santiago y Toledo eran reconocidos como conjuntos históricos. En 1951, el Ministerio de Cultura promulgó unas ordenanzas de conservación para la ciudad de Santiago y posteriormente se fue creando un corpus normativo para promover el mantenimiento de sus edificios . «La presentación de la candidatura fue un trabajo que se hizo transversalmente y se vino gestando desde todos estos acontecimientos», recuerda Seara . Incluso los alumnos de la Escuela de Arquitectura dibujaron minuciosamente todos los edificios históricos y el alzado de las calles para incluir una ficha pormenorizada en el expediente.
Para Ángel Cid, presidente de la delegación de Santiago del Colegio de Arquitectos de Galicia, la declaración como Ciudad Patrimonio de la Humanidad ha sido «una herramienta muy potente» para poder impulsar la conservación del patrimonio . El alcalde Xosé Sánchez Bugallo recuerda que en la década de los 80 existía mucha «presión para tirar las casas viejas y rehacerlas en hormigón conservando sólo la fachada». «Hoy ese debate ya no se da», subraya el regidor. «Se ha hecho un trabajo pedagógico muy grande, explicándole a la gente cosas que al principio le parecían muy raras, como por ejemplo que las estructuras de madera son más sólidas que las de hormigón». Bugallo pone como ejemplo la actual Facultad de Historia, que se vació por dentro en los años 60. Su estructura empieza a combar y en 15-20 años habrá que rehacerla. El Pazo de Fonseca, en cambio, conserva el armazón original y lleva ya más de 600 años en pie.
El reconocimiento de la Unesco despertó, además de la protección del patrimonio, el «prestigio y reconocimiento de la ciudad a nivel internacional y su publicidad», reflexiona la profesora de Económicas de la Universidade de Santiago, María Cadaval. «Esto tuvo una repercusión muy importante en cuanto al turismo», explica. Pese a los importantes ingresos que genera la actividad, Cadaval alerta del peligro de «morir de éxito» y de descuidar otros sectores por los que no se ha apostado, como la industria . En los últimos años la Ciudad Vieja ha ido perdiendo vida. Ha ido sustituyendo los negocios locales por tiendas de souvenirs e incluso por establecimientos de grandes cadenas con sus luces de neón al compás de las necesidades de una cantidad cada vez más grande de visitantes, sobre todo peregrinos. La mayoría apenas pasa unas horas en el casco histórico. Cadaval los contempla desde su despacho en la Facultad, próximo a la dársena de autobuses de Xoán XXIII. «A veces veo un grupo llegar y en dos horas ya se marchan. Los turistas deberían quedarse al menos dos noches en la ciudad», sostiene la economista.
Y mientras la presión turística se incrementaba, al menos hasta la llegada de la pandemia, ser vecino de la zona vieja se hacía cada vez más complicado. La renovación de las infraestructuras básicas, como las redes de agua o saneamiento, es mucho más costosa en los conjuntos históricos. Un estudio del Ayuntamiento de Santiago estima que para sustituirlos habría que desembolsar unos 100 millones de euros. «No tenemos ese dinero», reconoce el alcalde. Hasta la próxima Semana Santa, los habitantes de la zona vieja tampoco podrán disponer de Internet de alta velocidad. Tras años sin fibra óptica, la tecnología ha permitido ahora reducir las cajas de distribución hasta el tamaño de un teléfono móvil y los cables «son ya casi invisibles», celebra Bugallo.
El equilibrio
«Es importante que la ciudad vieja mantenga su pulso vital y no se convierta sólo en un objeto a contemplar» , indica el arquitecto Ángel Cid. «El exceso de carga turística puede suponer algunos problemas, al final nos encontramos con un patrimonio admirable pero como que ha quedado congelado», sostiene Cid. «Hay que proteger a la gente que vive en el casco histórico, intentar que la ciudad vieja no se convierta en un parque temático , y ya estábamos en una situación próxima a que esto ocurriese», coincide Cadaval. «Tenemos que conservar el patrimonio porque es una materia prima como fuente de la prolongación de ingresos del turismo» , opina el arquitecto Iago Seara. Sin embargo, reconoce que la orientación de la hostelería y el comercio para los visitantes debe ser mejorado y buscar un equilibrio. «Yo creo que es necesario sentarse a hablar de ello», considera. El alcalde también reconoce tensiones como la proliferación de viviendas turísticas en el casco histórico, aunque minimiza su impacto. «No creaba un problema de convivencia. Teníamos localizados unos 300 pisos turísticos en la zona vieja, en la que hay 6.000 viviendas», asevera.
Treinta y cinco años después todos coinciden que el reconocimiento de la Unesco ha servido como un importante acicate para impulsar las políticas de rehabilitación del patrimonio y sensibilizar a la población sobre su cuidado. Pero la zona vieja vivía en la encrucijada para no perder su valor inmaterial y su autenticidad. Al menos hasta la llegada del Covid.
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