40 años de la victoria de 1982
De Felipe a Sánchez: adiós a todo aquello
La brecha entre el PSOE de Felipe González y el de hoy es abismal tras la renuncia de Sánchez a la socialdemocracia y sus pactos con Podemos y los independentistas

Aquella tarde del 28 de octubre de 1982 Felipe González y Carmen Romero, su esposa, habían abandonado su piso en la calle del Pez Volador para seguir el recuento electoral desde la casa de Julio Feo en una urbanización. González parecía impasible ante la ... responsabilidad que se le avecinaba. A medianoche, recibió la llamada de Alfonso Guerra, jefe de campaña y responsable de la organización del partido. «Hemos ganado, Felipe. Diez millones de votos y 202 escaños».
El vencedor de las elecciones, las primeras que ganaba la izquierda desde 1936, brindó con sus amigos antes de dirigirse al Hotel Palace. Miles de personas le esperaban. González salió con Guerra a un balcón para responder a los vítores de sus seguidores. La escena quedó inmortalizada en esa imagen en el que se les ve a los dos con las manos entrelazadas sobre sus cabezas con una enorme sonrisa.
Cuatro décadas después, otra foto pone el contrapunto a la de aquella noche. Fue tomada hace unos días en la sede del PSOE en Ferraz y en ella aparecen González, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. Han ido a inaugurar una exposición que conmemora aquella fecha histórica. El paso del tiempo ha convertido a González en un anciano de pelo blanco, todavía lucido y vigoroso, que parece un actor secundario en un acto en el que Sánchez es el protagonista. «Nos sentimos herederos de tu legado en la confianza de estar en el lado correcto de la historia», afirmó el hoy presidente del Gobierno en ese evento más orientado a exaltar su gestión que a conmemorar un pasado casi remoto.

González tiene hoy 80 años, el doble que en 1982, cuando sus fans gritaban en sus mítines: «Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo». El camino para llegar al poder no había sido corto ni sencillo. El hijo de un modesto vaquero sevillano, abogado laboralista, había entrado en el PSOE a finales de los años 60. Se había granjeado una reputación cuando se produjo el momento más importante de su carrera política y que explica todo lo que sucedió después: el Congreso del PSOE en 1974 en Suresnes, a las afueras de París. Faltaba un año para que Franco muriera y el partido fundado por Pablo Iglesias estaba todavía en la clandestinidad. González representaba la oposición en el interior a la dictadura frente a un aparato viejo y anquilosado, liderado por Rodolfo Llopis, que sobrevivía en un penoso exilio.
Empezar un partido de cero
No resulta exagerado decir que el PSOE no existía para la inmensa mayoría de los españoles, incluida una izquierda que tenía como referente el Partido Comunista. «Cien años de honradez y cuarenta de vacaciones», se le reprochaba irónicamente al PSOE por su inoperancia en la oposición al general.
Gracias al apoyo de Nicolás Redondo, Ramón Rubial y de los socialistas vascos, González desbancó definitivamente en Suresnes a Llopis, secundado por un grupo residual de nostálgicos. No aceptaron la derrota y acabaron por fundar el irrelevante PSOE Histórico. El abogado sevillano y su amigo Alfonso Guerrase hicieron con el control de unas siglas que enlazaban con un pasado encarnado por Largo Caballero, Prieto y Besteiro y que había desempeñado un papel clave durante la II República y la Guerra Civil.
Pero la consecuencia más importante es que González obtuvo el apoyo incondicional de Brandt, Kreisky y Palme, los tres prohombres de la socialdemocracia europea, que se comprometieron a ayudar económicamente al PSOE y a avalar la figura del joven líder.
Tras una larga travesía del desierto, González pudo concurrir a las primeras elecciones democráticas de junio de 1977. Los resultados superaron todas las expectativas: casi el 30% de los votos con 118 escaños. El PCE, encabezado por Santiago Carillo, sacó 20 diputados. Pero la victoria fue para Adolfo Suárez: 165 escaños, sin mayoría absoluta. En buena medida por una cuestión generacional, González nunca se entendió con Fraga ni con Carrillo. Pero mantuvo una buena sintonía con Suárez, basada en la idea de que lo esencial en esos años era consolidar la democracia. Ambos tenían muchas cosas en común. Entre ellas, su capacidad de seducción. Poco después de la aprobación de la Constitución, los españoles volvieron a votar en marzo de 1979. El PSOE había absorbido al PSP de Tierno Galván, pero los resultados fueron decepcionantes, ligeramente mejores que los de 1977 pero insatisfactorios. Suárez pudo volver a gobernar. El desencanto del dirigente socialista fue tan grande que, durante algunas semanas, pensó en abandonar la política. En mayo de 1979, dos meses después de las elecciones, el PSOE celebró un Congreso extraordinario.
Sin alternativa
Nada hacía presagiar lo que sucedió en aquel conclave. El ala disidente del partido, encabezada por Gómez Llorente, Pablo Castellano e Ignacio Sotelo, lograron derrotar la propuesta de suprimir la referencia a la ideología marxista del partido, impulsada por González. El líder, despechado y resentido, optó por renunciar a la secretaría general, provocando una conmoción en las bases.
A los pocos meses, Felipe volvió a su puesto por aclamación. Había quedado claro que no había alternativa. En la primavera de 1980, con Suárez en pleno declive, González presentó una moción de censura que no tenía posibilidades aritméticas de prosperar, pero que evidenció que su ascenso al poder era imparable. Tardaría dos años y medio en lograr su objetivo. Suárez dimitió en enero de 1981, Tejero había entrado en el Congreso y Leopoldo Calvo-Sotelo había presidido el Gobierno durante 20 meses mientras UCD se hundía en las encuestas.
El triunfo de Felipe en octubre de 1982 no sorprendió a nadie. UCD desapareció del mapa y Fraga demostró que no podía ser una alternativa, mientras el PCE se sumía en su enésima crisis. Sólo el PSOE podía garantizar la gobernabilidad del país, azotado por la crisis de finales de los años 70 que había propiciado la firma de los Pactos de la Moncloa.
Cuando llegó al poder, González tenía tres objetivos prioritarios: consolidar una democracia amenazada por el golpismo, negociar el ingreso de España en la UE y modernizar los servicios públicos. «Que España funcione», según sus palabras. Había además otro reto sobrevenido: el terrorismo de ETA. La banda terrorista había asesinado a un centenar de personas en 1981 y el Estado iba perdiendo el pulso.
La primera decisión del nuevo Gobierno fue devaluar la peseta y estabilizar la situación económica. González había colocado a Miguel Boyer al frente de Economía, la persona que le había cobijado a su llegada a Madrid y que le había introducido en los círculos financieros y mediáticos. Y la segunda iniciativa, de carácter altamente simbólico, fue visitar la división acorazada Brunete, a las afueras de la capital, donde asistió a una misa, rodeado de los jefes del Ejército. A su lado, estaba Narcís Serra, ministro de Defensa y luego vicepresidente.
El nuevo Gobierno impulsó la educación obligatoria hasta los 16 años, extendió la sanidad pública a toda la población, intervino Rumasa y modernizó la economía y logró la organización de los Juegos de Barcelona y la Expo. En suma, España pegó un salto.
El PSOE volvió a reeditar su mayoría en junio de 1986 con 184 escaños y un 44% de los votos, unos resultados que avalaban la gestión de González. No le pasó factura el referéndum sobre la OTAN, en el que el presidente tuvo que poner toda la carne en el asador para que los españoles avalaran su giro espectacular. España había ingresado por fin en la entonces llamada Comunidad
Económica Europea, poniendo fin a medio siglo de aislamiento. Fue un éxito colectivo que capitalizó González, convertido en el rostro visible de la democracia y de un país que había concluido una Transición sin derramamiento de sangre.
Fueron cuatro legislaturas, 14 años de gobierno. España pasó de 5.000 dólares de renta per cápita en 1982 a más de 16.000 en 1996. El parque de coches, televisores en color, teléfonos y electrodomésticos se disparó en el contexto de un intenso cambio sociológico. Como dijo Guerra, a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió.

No hay duda de que la gestión de González supuso la modernización del país y un desarrollo social y económico notable, pero su etapa también estuvo marcada por dos graves borrones que empañaron su credibilidad: los GAL y la corrupción. Pese a sus reiteradas afirmaciones de que él nada sabía, el Supremo condenó al ministro y a la cúpula de Interior por el secuestro de Segundo Marey. Quedó acreditado que la guerra sucia contra ETA había sido montada desde el Estado y financiada con fondos reservados. González llegó a estar contra las cuerdas.
Pero los reiterados y persistentes casos de corrupción dañaron también la imagen de los cien años de honradez del partido: Filesa, Ibercorp, fondos reservados, el caso Roldán y otros muchos escándalos pusieron de manifiesto la laxitud del presidente para impedir que su entorno se enriqueciera de manera ilícita.
El final del camino
Todo se acabó en 1996 cuando Jordi Pujol decidió retirar su apoyo al PSOE. González se vio forzado a convocar elecciones y las perdió. Poco después renunció a la secretaria general y pasó el testigo a Joaquín Almunia. Humillado y ofendido, abandonó la política.
Tras ocho años de Aznar en La Moncloa, Zapatero obtuvo una inesperada victoria en marzo de 2004. Los atentados de Madrid produjeron una conmoción en la opinión pública y un vuelco en el electorado. Mariano Rajoy pasó a la oposición hasta finales de 2011 cuando derrotó a Alfredo Pérez Rubalcaba, al que el presidente había cedido el testigo. Zapatero sacó a las tropas de Irak, aprobó la ley del matrimonio homosexual e imprimió a sus dos mandatos un inequívoco carácter progresista.

Pero en 2010 se vio obligado a dar un giro radical a su política, forzado por una crisis que estuvo a punto de provocar la intervención de la economía española por la UE. Tuvo que afrontar la congelación de las pensiones y un radical recorte del gasto público, en contra de todo lo que había prometido. Tras los seis años de Rajoy en el poder, Sánchez logró derribarle a través de una moción de censura en el Congreso en 2018, apoyada por Podemos, el PNV y el independentismo catalán.
El último heredero
Revalidó su mandato al segundo intento en las elecciones de noviembre de 2019 que le permitieron gobernar sin mayoría absoluta en coalición con Podemos. Siendo cierto que la sociedad española ha experimentado profundos cambios desde que González abandonara el poder, Sánchez ha enterrado el felipismo. Ha renunciado a la filosofía socialdemócrata del PSOE de los años 80 para recuperar una tradición largocaballerista, caracterizada por el enfrentamiento con la derecha, su demonización y la radicalización de su discurso.
Si a González ya se le acusó de cesarismo, Sánchez ha liquidado cualquier atisbo de oposición en el partido, ha fomentado el personalismo y ha creado un culto a su liderazgo, basado en un relato propagandístico en los medios afines. A pesar de sus compromisos, el presidente ha pactado con Bildu y ERC, algo que hubiera sido impensable hace tres décadas. Y gobierna en coalición con Podemos pese a que fue a las segundas elecciones generales con el mensaje de que jamás pactaría con la formación de Pablo iglesias.
Su instinto de supervivencia, agudizado cuando los barones le apartaron de la secretaria general en 2016, le ha permitido gobernar durante más de cuatro años sin mayoría parlamentaria y en medio de desafíos tan formidables como la pandemia y la guerra de Ucrania.

Las diferencias entre Felipe González y Pedro Sánchez son abismales. Pero lo que probablemente el líder histórico no le perdona a su heredero político es el cuestionamiento de la Transición y una ley de Memoria Democrática, que establece una comisión para estudiar las violaciones de derechos hasta 1983 cuando ya gobernaba el PSOE. Nada es hoy como era entonces y la celebración de este 40 aniversario no está sirviendo más que para evidenciar la magnitud de la brecha generacional y política.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete