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Via Veneto pierde un sol y casi una estrella
No siento ninguna satisfacción al escribir este artículo aunque una vez más los hechos me den la razón. Siento rabia, siento una profunda tristeza por lo que Pedro Monje está haciendo con el legado de su padre
Artículos de Salvador Sostres en ABC
La decadencia de Via Veneto ha tenido su primera consecuencia en la Guía Repsol, que le ha retirado uno de sus tres soles. Tampoco es que la Guía Repsol sea el paradigma de nada, ni que dé sus soles con ningún criterio que ... por lo menos yo pueda respetar, pero es una de las referencias que tenemos, y la que en su delirio total más generosa había sido con Via Veneto. Que hasta esta guía le retire su mayor distinción es revelador de que algo grave ocurre. Hay mar de fondo. Michelin estuvo a punto de retirarle la estrella de este año. Al final se impuso el criterio sentimental.
No siento ninguna satisfacción al escribir este artículo aunque una vez más los hechos me den la razón. Siento rabia, siento una profunda tristeza por lo que Pedro Monje está haciendo con el legado de su padre. El restaurante no es mío pero como si lo fuera. Me siento insultado, humillado, atracado. Pedro ha entregado la cocina a un cocinero absurdo, pretencioso, afectado, de cuyo nombre no quiero ni acordarme ni serviría de nada que lo dijera porque nadie sabe quién es. Sí digo que resulta y constituye una burla a la alta cocina o a cualquier cocina sensata. Un chef sin ninguna personalidad que ha construido desde el amaneramiento y la cursilería un siniestro repertorio de platos que más que un restaurante merecen un psicoanálisis para liberar la tristeza del daño que te hicieron en tu infancia.
En Via Veneto nunca se ha comido bien, o por decirlo de un modo menos inexacto, comer nunca ha sido lo importante. Durante el tiempo en que Carles Tejedor estuvo como cocinero jefe conocimos una franca mejoría. Carles fue una momentánea excepción. Luego todo cayó a peso con Sergio Humada, que además fue un cretino con sus compañeros sobre todo de sala, pero la casa resistió la embestida con Monje padre todavía al frente. Ahora la desgracia es total y absoluta, porque además del pésimo chef está la rebelión del servicio contra los clientes. Via Veneto ha podido sobrevivir toda su vida con cocineros anónimos y mediocres porque es un restaurante que se basa en la sala. Pero la dejadez de Pedro combinada con haberle entregado el mando a un hortera con ínfulas como Javier Oliveira ha significado no sólo la decadencia sino la destrucción.
Oliveira ha impregnado Via Veneto de su idea del lujo, que es ninguna. Mi parte sentimental quiere creer que lo ha hecho ante la pasividad de Pedro, que está pendiente de otros asuntos, ¡y qué asuntos!, y no ha tenido suficiente carácter para echarle y buscar a otro con dos dedos de frente, o liderar él mismo su restaurante como lo hizo durante décadas su padre. Pero es mi parte sentimental, como la estrella Michelin que mantiene por los pelos. Lo que en verdad ha pasado es que Pedro no quería ser el dueño de Via Veneto y que a lo largo de estos años ha ido acumulando un gran resentimiento contra la casa, contra los clientes y contra su padre. Todo lo que Via Veneto representa, todo lo que Via Veneto representamos, es un ataque contra un chico que al fin y al cabo tenía todo el derecho a ser como era, a ser diferente, a querer quedarse en Brasil haciendo sus cosas; y tal vez el padre se equivocó pidiéndole a un gran empresario de esta ciudad que mandara su avión privado a San Pablo, con unos guardias de seguridad que usaran sus expeditivos métodos para poner a Pedro de vuelta a casa aunque no quisiera.
Mi impresión es que el placer que para nosotros ha sido Via Veneto, para Pedro ha sido una represión. Pedro sufriente, Pedro doliente. Ha trabajado, ha puesto buena cara, pero por dentro un Pedro más rebelde, más alocado, ha vivido con dolor la representación: y no sólo dolor, también con amargura y resentimiento, y a nosotros nos ve como los amigos abusones de su padre, los que hemos perpetuado su infelicidad, su condena, y ha decidido vengarse de nosotros con un hortera que nos ofende llamándonos «jefe», tocándonos, haciéndonos bromas de lo más estúpidas, explicando lo que hablamos a terceros y uniendo al personal para que en nombre de sus derechos exijan trabajar menos.
Ha sido una venganza sibilina, lenta, de alma de tienda de uñas; un desafío en toda regla, de la misma crueldad que él ha sufrido teniendo que vivir contra lo que es y le gusta y sin poder dar rienda suelta a sus pulsiones y a sus instintos. No digo que sea fácil la trampa vital en la que Pedro se ha encontrado pero los clientes no tenemos la culpa. Y aunque a él le cueste entenderlo, Via Veneto no la tiene tampoco. Que hayamos sido su cárcel involuntaria es su problema, no el nuestro, ni el de la casa. Me gustaría poder hacer algo para verte sonreír otra vez, Pedro, pero nadie es nunca más fuerte que sus circunstancias. Te conocí en 1995 y hoy te pesan treinta años vividos de rebote y a contrapelo, marginado de tus emociones y de tus sentimientos, constantemente cuestionados por una moral enemiga que has tenido que asumir como la tuya. Treinta años de miedo y de silencio, de sobrevivir sin encanto ni desencanto, de rigor abrupto y de razones oprimidas. A veces te preguntas si no es tiempo de retomar tu vida.
Y en algún momento tendrás que preguntarte igualmente si tu venganza tiene algún sentido. En algún momento, cuando dejes de enfadarte conmigo, tendrás que entender lo que te digo. Tendrás que enfrentarte al avión de San Pablo y a la decisión de volver a tomarlo o asumir de una vez por todas que Barcelona y Via Veneto somos tu casa y que tienes que dejar de pelear contra nosotros.
Cambiar de jefe de sala y de cocina es el primer e imprescindible paso en la correcta dirección. Esto tendrías que hacerlo antes de acabar de leer este artículo. Una decisión vigorosa, fulgurante, un golpe de genio contra la inercia pesimista. Comer en Via Veneto tiene que ser digno, discreto y seguro, tres adjetivos que –no lo tomes a mal– no son los que mejor definen a la casa, por lo menos de un tiempo a esta parte. Con la misma urgencia, la sala de fumadores es importante que deje de parecer el salón de una ex prostituta que puso con los ahorros una mercería. Las mesas de los reservados no digo que tengan que ser de mármol pero tampoco de este compuesto inenarrable, infame, que luego tratas de disimular con una gruesa manta por debajo del mantel y que tiene tanta porquería acumulada que yo creo que es la explicación del brote de sarampión que últimamente están sufriendo tantos niños y niñas que tampoco tienen ninguna culpa de tu indefinición vital y tu angustia.
Son cosas que yo digo pero que los clientes pueden comprobar cada día. Mirad debajo del mantel, tocad la tela de la cortina que da a Ganduxer. Esperad a que Javi Oliveira os llame jefe, os toque mientras os toma nota o estáis comiendo. Probad el coulant de alcachofa y pensad en la carga que todos seremos cuando nos hagamos mayores y nos fallen la musculatura (toda la musculatura).
Via Veneto tiembla en el alambre, entre el esfuerzo de un padre por construir un mundo mejor y la obsesión autodestructiva de un hijo que quería ser feliz en otras texturas. En el centro olvidado estamos los clientes, cautivos y desarmados como si la guerra la hubiéramos perdido.
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