Suscribete a
ABC Premium

ARTES & LETRAS

'Dice la sangre': la grandeza de las historias «pequeñas»

LIBROS

Testimonios, vivencias, confesiones y recuerdos dan forma a la última novela de Rubén Abella

Luis Mateo Diez recoge el Cervantes: «Nada me interesa menos que yo mismo»

Rubén Abella, en la librería Oletum de Valladolid I. TOMÉ

José Ignacio García

Todavía resuenan en mi memoria las emociones que me provocó Quique, el pequeño de tres años que protagonizaba, junto a su madre, Sara, 'Ictus', la anterior novela de Rubén Abella, publicada, como esta, por el más que convincente sello editorial palentino Menoscuarto.

Y mientras uno no logra desprenderse de esos recuerdos que son como un bronceado veraniego que se resiste a abandonar la piel, se topa con 'Dice la sangre', la nueva novela del escritor vallisoletano afincado en el mundo que -lo diré de antemano, y sin tratar de parecer categórico- no sé si es la mejor que ha publicado hasta ahora, pero es la que más me ha gustado.

Rubén demuestra su magisterio como narrador desde el párrafo inicial, desde la primera descripción escarnecedora de un macarra aprendiz de matarife, desde que Ariel, el principal protagonista visible, se dirige directamente en la segunda página al auténtico instigador escondido de la novela, a ese eje vertebrador al que infinidad de personas se dirigirán en lo sucesivo, brindándole testimonios, vivencias, confesiones y recuerdos que se van complementando, como si fueran las teselas de un mosaico que, con una dosificación calculada, se va resolviendo, mientras desentraña misterios y enigmas de esa galería de personajes que vivieron el verano del 85 de una manera muy especial, de una manera que cambió tangencialmente las vidas de muchos para siempre.

Abella nos sitúa en escena como hacen los grandes escritores, dándonos una serie de claves televisivas, cinematográficas o musicales que nos delimitan una historia -la de Pilar- flexible en el tiempo y en los escenarios, que son Madrid y ese Tabira imaginario que puede ser un municipio como Astorga y que puede ser León. O tal vez una mezcla de ambos. O quizás ninguno de lo dos. Eso da igual.

Lo que en realidad importa es cómo alrededor de Pilar, de su drama vital, de su cáncer terminal, crece una panoplia de familiares inminentes o más lejanos, de amigos, de conocidos, de antiguos enamorados, de empleados sanitarios, de curas que siempre llegan de visita -incluso cuando la muerte hace acto de presencia- a la hora del café con bizcochos o de macarras que se envalentonan a trago de cerveza o a bocanada de hachís.

'Dice la sangre' es una de esas novelas que se leen con ansía, una de esas novelas que el lector quiere desentrañar enseguida al mismo tiempo que le invade un cierto remordimiento cuando vislumbra el final, cuando intuye un desenlace que hubiera preferido demorar.

Menoscuarto Ediciones

Dice la sangre

Imagen - Dice la sangre
  • 288 páginas 20,90 euros

Ariel es el personaje que de una manera explícita más veces interviene, y quizás por eso, mediada la novela, el lector pueda empezar a intuir quién es ese protagonista velado que le da sentido a todo, que quiere excavar la verdad que el tiempo había enterrado. Pero además de Ariel, de su hermana Tesa, de su padre Gonzalo o de su abuela Fuensanta, afloran a lo largo de estas casi trescientas páginas un par de decenas de amigos, parientes, partidarios o antagonistas que poseen voces propias, que -aunque siempre se dirigen directamente a quien les ha pedido su colaboración testificadora- hablan de una manera acorde a su edad, a su situación social o laboral o pensionista, a su proximidad afectiva o a una distancia que quizás les ofrezca una panorámica más amplia y objetiva de las emociones, los sentimientos, los miedos o los anhelos que zarandean a los familiares más apegados a Pilar.

Y cuando el lector empieza a barruntarse por dónde van los tiros, comprende por qué los protagonistas emplean los nombres de los demás en lugar de los parentescos que los vinculan. Y entiende que Rubén Abella no quiere descubrir nada hasta el momento preciso, quizás hasta el último párrafo. O hasta la última frase. Como acostumbra a hacer cuando rubrica uno de esos microrrelatos que también pergeña con pulso privilegiado.

Así que no seré yo quien despanzurre lo que a él tanto le ha costado disimular mientras cocinaba ese pastel jugoso donde el drama de la muerte demorada, los amores y desamores eternos, la pederastia, los embarazos prematuros, la objeción de conciencia, las peleas entre quinquis y pijos o las leyendas creadas alrededor de María Dolores Pradera pincelan un ambiente impregnado de magia narrativa. Una magia narrativa que alude principalmente a un grupo de adolescentes que, durante el verano del 85, dejaron de creerse héroes invulnerables para convertirse en adultos.

Esos jóvenes de entonces, y muchos mayores, han dejado grabada una parte de sus vidas en estas páginas, para demostrar una vez más que, con frecuencia, las grandes novelas se construyen a partir de historias pequeñas. Entre comillas.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación