Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
Verdad, justicia, amor y libertad
«Hay otro problema aún más grave, derivado de la secularización: la existencia de unas sociedades que están dejando de ser «culturalmente» cristianas a pasos agigantados»
El 9 de noviembre de 1982, durante su primera visita a España, Juan Pablo II recaló en Santiago de Compostela, donde pronunció un discurso excepcional por su defensa enardecida del origen cristiano de nuestro continente. «Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus ... orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes», apelaba el hoy santo polaco. En un texto que es una verdadera joya, que anticipa las consecuencias de la globalización y los riesgos de lo políticamente correcto, Karol Wojtyla recordaba la importancia de San Benito con el «ora et labora», la fuerza espiritual de Teresa de Jesús, la entrega generosa en Auschwitz del franciscano Maximiliano Kolbe... Todos hijos de una Europa que se encontraba a sí misma yendo a Santiago. Es más, el papa hacía suya la sentencia de Goethe al insinuar que la identidad del viejo continente nació peregrinando.
Además de destacar que la historia de la formación de las naciones europeas discurre pareja a su evangelización, señalaba que la tradición de acudir hasta el sepulcro del apóstol «fue uno de los fuertes elementos que favorecieron la comprensión mutua de pueblos europeos tan diferentes como los latinos, los germanos, celtas, anglosajones y eslavos. La peregrinación acercaba, relacionaba y unía entre sí a aquellas gentes que, siglo tras siglo, convencidas por la predicación de los testigos de Cristo» . Es decir, una fe aglutinadora de países, forjadora de una civilización que alumbró al mundo asentada en esas creencias, en el derecho romano y en la cultura clásica. Sin más. Uno de los mayores dramas a los que se enfrenta Europa, y en particular España, no es solo la pérdida de la fe religiosa y la eliminación de Dios de la esfera pública. Hay otro problema aún más grave, derivado de la secularización: la existencia de unas sociedades que están dejando de ser «culturalmente» cristianas a pasos agigantados.
Millones de ciudadanos europeos, en especial los jóvenes, que se quedan sin referencias de dos mil años de vida en común. No entienden el sentido de la Navidad ni de la Semana Santa, les parece igual el arco medio punto del románico que el ojival del gótico, incapaces de valorar y comprender lo que supuso el Renacimiento, el descubrimiento de América, Trento, la Ilustración, Yalta o la caída del muro de Berlín. Generaciones nuevas que se horrorizan ante la guerra de Ucrania porque nadie les explicado la barbarie que se apoderó de la antigua Yugoslavia en los primeros años de la década de los noventa. De manera que, además de echar la vista atrás para reforzar todo lo que nos une aparte del euro, conviene evocar a otro gran pontífice, Juan XXIII, cuando afirmaba que la paz se asienta en cuatro pilares básicos: verdad, justicia, amor y libertad. Andamos escasos de todas, sin dimensión espiritual, y así nos va.
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