ajuste de cuentas
Enemigos del comercio
Trump cree que con los aranceles podrá rediseñar los flujos a su gusto, pero los demás también jugamos
No has dado las gracias suficientes veces (03/03/25)

Antonio Escohotado le dio con gran acierto este título a su trilogía de libros donde traza la genealogía de quienes han afirmado que «la propiedad privada constituye un robo, y el comercio es su instrumento». Y ese conocimiento le permitió afirmar en diciembre de ... 2020 a Ricardo F. Colmenero, poco antes de morir, que Donald Trump, «en cierta medida» era más de izquierda que Maduro. La obsesión del presidente de Estados Unidos con los aranceles es hija de la tendencia planificadora que enlaza con su vida como promotor urbanístico. El arancel es la excavadora con que Trump quiere darle forma a un nuevo país.
El presidente de Estados Unidos emplea los aranceles de tres maneras, explica Josh Lipsky, del Atlantic Council. Primero, como táctica de negociación. Es lo que ha ocurrido con México, donde ha ido retrasando su entrada en vigor, mientras que con China no ha habido negociación posible. En segundo lugar, los emplea como castigo: ha dicho que Canadá y México iban a ser «castigados» por permitir la inmigración ilegal y el paso de fentanilo. (Esta dimensión es la que tiene peor encaje legal con uno de los mecanismo jurídicos que ha usado para aprobar impuestos sin pasar por el Legislativo, la EIPA, la Ley de Poderes de Emergencia Internacional, pensada para crisis de carácter económico). Por último, los utiliza como aranceles y su objetivo declarado es que el Fisco ingrese más y que los fabricantes vuelvan a relocalizarse en su país. Hay cálculos que indican que los aranceles a México, Canadá y China podrían recaudar hasta 120.000 millones al año. Son cifras modestas que no llegan al 0,5% del PIB de Estados Unidos, pero que cuando se amplíen al resto del mundo como amenaza Trump, pueden ser importantes.
La facilidad con que Trump abraza el proteccionismo se debe a que, como advirtió Adam Smith, la disposición a competir no es natural entre los empresarios. Es más natural pactar con el competidor el reparto del mercado, por mucho que Trump cacaree sobre su disposición a competir. Además, satisface al votante: un 59% de los estadounidenses cree que el libre comercio ha dañado al país, según Pew Research.
En 1996, cuando se produjo el auge de Ross Perot, Paul Krugman escribió un opúsculo titulado 'A country is not a company', donde destacaba cuestiones fundamentales en las que el instinto de un empresario es diferente al de un economista. Un empresario tiende a concebir el comercio internacional desde su experiencia. Si su empresa vende más, tendrá más ingresos y podrá invertir y crear más puestos de trabajo. Esto le llevaría a defender el libre comercio. Sin embargo, en el comercio a nivel planetario esto no es así. Como hemos comprobado en los últimos 30 años, la libertad de comercio no crea los empleos allí donde nos parece obvio que deberían estar. Trump debe haber leído a Krugman. Por eso quiere usar los aranceles para crear puestos de trabajo en su país. Pero no cuenta con algo que sí sabe un economista: que los demás también juegan. jmuller@abc.es
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