Esbozos y rasguños
El retrovisor
«Estamos tan obsesionados con esto del 'ecosistema' del vestuario que cualquiera diría que en vez de a Mbappé estuviéramos introduciendo un cocodrilo o la cotorra de Kramer en Valdebebas»
La broma infinita

La grandeza del Madrid reside en que, mientras va de una ciudad a otra en su trayecto hasta la siguiente final europea, nunca mira demasiado por el retrovisor. Solo un poco, lo justo para no rayar en la imprudencia temeraria. Pero mantiene los ojos ... fijos en la carretera, por poco iluminada que esta esté. No ignora su pasado, pero tampoco deja que el ayer le domine. Ambas cosas son compatibles. Solo hay que saber tener un ojo mirando a cada lado.
Esto me recuerda a una divertida teoría que sostenía el escritor Javier Marías, madridista salvaje y sentimental, cuando se refería a los grandes jugadores blancos, aquellos que lograban dejar su huella en el Real Madrid, desde Di Stéfano a Bellingham. Hablaba de que poseían «el estrabismo de los semidioses», la capacidad milagrosa para estar a la vez a ras de césped y suspendidos en el aire, contemplando desde arriba todo lo que ocurre en el partido (y fuera de él). Ese bendito estrabismo, decía Marías, era lo que les permitía tener un ojo en el campo y el otro colgado del cielo como si fuera el de Dios. Solo con esa inteligencia abarcadora se puede triunfar en el Madrid. Y ese don no está al alcance de todos, no se aprende en las academias, no aparece en los informes del ojeadores más avezados.
Llega al fin Mbappé, tras varios años de idas y venidas, y lo hace bajo una ligera sombra de sospecha. ¿El Bernabéu le recibirá con los brazos abiertos? ¿Sabrá adaptarse al equipo? ¿Romperá el ecosistema del vestuario? Estamos tan obsesionados con esto del 'ecosistema' del vestuario que cualquiera diría que en vez de a Mbappé estuviéramos introduciendo un cocodrilo o la cotorra de Kramer en Valdebebas.
Al madridista, en realidad, solo le debería importar lo que haga en el terreno de juego (y lo que haga un poco suspendido sobre él, siguiendo el principio de Marías). Pero sin mirar atrás. Que sea buenísimo y que no cometa estupideces. Que sepa brillar a ras de hierba y que goce de la perspectiva suficiente para entender qué es el Real Madrid y qué es el Bernabéu. Lo que el escudo y la entidad exigen. Todo lo demás es secundario y fácilmente olvidable. No importa su pasado. No importan sus declaraciones pasadas. No importa Macron. No importa su entorno. No importa su tardanza en llegar. El Madrid no mira por el retrovisor. Por algo es mucho más pequeño el cristal de atrás que el delantero.
Aquí, a fin de cuentas, han acabado siendo ídolos Raúl, que era la estrella de las inferiores del Atlético de Madrid. O Courtois, que ayer estaba defendiendo el arco rival en el minuto 93 de la Décima. O Figo, que se asomó a un balcón con el pelo teñido de blaugrana para cantar «Blancos llorones, saludad a los campeones». O Isco, que hasta había puesto a su perro 'Messi' en honor del jugador rosarino. Creo que el madridismo podrá superar un par de calabazas. Ya no estamos en el instituto.
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