De Cara
Un pellizco de Joao
«El gol de cabeza del luso fue para ponerle nombre a una calle. Pero todo lo demás que hace también se gana piropos»

El ejército de los inesperados, secundarios habituales, olvidados de costumbre, el carro del pescado, le daba al Atlético una alegría. Y le hizo parecer un equipo, al fin, otra vez, con unos movimientos que sonaban intencionados, consecuencia de un plan trazado, ordenados y hasta sincronizados. ... En los acosos y los repliegues, en los desmarques y en las ayudas, en los centros pasados y en las faltas. Todo calculado y ejecutado con un acento solidario que recordó al de los mejores tiempos de Simeone, tan olvidados que estaban. Estaba siendo la noche de los Lodi, Herrera, Kondogbia o Vrsaljko...
Y, claro, la de Joao Félix, el señalado por el entrenador y su tropa de aduladores, el despreciado, el futbolista al que siempre se pone bajo sospecha. También el mejor jugador del Atlético, se pongan como se pongan. Al final no era cosa de esperarlo, quizás solo de alinearlo. Porque a toda esa ración de musculatura y sacrificio colectivo premeditado conviene rebañarla de un pizca de talento. Y eso es lo que asegura el portugués, pese a su confusión y su fragilidad defensiva, a que da la sensación de estar de espectador cuando el equipo (no lo puede evitar, es el ADN del jefe) se tira atrás y disfruta como nadie de sufrir un asedio.
En el momento más crítico de su legendaria era, Simeone se ha refugiado en el brillo del subordinado que menos le agrada. Sigue gesticulando el técnico de forma ostentosa y demagógica cada vez que el luso falla o no se mueve donde le gustaría, pero al menos lo arroja al césped. Y Joao, pese a los empujones y mordiscos con los que le obsequian constantemente los rivales, pese a que la pelota y el equipo a menudo le quedan lejos, responde. Su gol de cabeza fue para ponerle nombre a una calle. Pero todo lo demás que hace también se gana piropos: un control, un amago, un movimiento indetectable. Suma.
Cuando el United empató sin merecerlo demasiado, casi en el único remate sobre el arco, el luso ya no estaba sobre el campo. Pero no lo asocien. El tanto fue un error de cálculo de Reinildo, que es lo que basta para castigar la fórmula del conformismo local ahora que Oblak ya no hace milagros. Y ese sí es un misterio.
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