leer los clásicos
Lilí Álvarez «The senorita»
Nuestra primera tenista internacional fue finalista tres veces seguidas en Wimbledon con un juego alegre y atrevido

En los años veinte, el tenis era un deporte elitista, cantado por los poetas de vanguardia. Jaime Torres Bodet comparaba la raqueta con un refinado instrumento musical: «Oiga usted cómo suenan todas las cuerdas. Podría tocarse en ellas la Pastoral de Beethoven». Enrique Díez Canedo canta, todavía con anglicismos, a la nueva mujer, que juega al tenis con gracia alada: «Vuelve al recuerdo mío / tu juvenil prestancia de sportswoman». Son las mujeres dibujadas por Penagos, que abren España a una nueva época...
Lilí Álvarez fue nuestra primera tenista importante; más aún, junto con Ricardo Zamora, la primera estrella internacional de nuestro deporte.
Se llamaba Elia María González-Álvarez y López Chicheri. Nació en Roma en 1905. Desde chica, le fascinaron los deportes de nieve; primero, el patinaje; luego, el esquí: «Tengo 18 inviernos de Saint Moritz en las piernas... El esquí fue el gran revelador, en mi vida. Aprendí a vivir gracias a él. Me enseñó muchas cosas: no ya la belleza del paisaje invernal, de la nieve, sino la propia libertad, en esa exquisitez natural».
Además, cultivó con éxito el alpinismo, la equitación, el billar y las carreras de coches: en 1924, ganó el Campeonato de Cataluña de Automovilismo (sin distinción de hombres y mujeres). También le gustaba divertirse: en Alemania, ganó un trofeo de bailar el tango...
En el tenis llegó a los cuartos de final, en dobles, en la Olimpiada de París de 1924. Alcanzó su máxima gloria al ser finalista de individuales en Wimbledon en 1926, 1927 y 1928. La primera vez, contra la inglesa Kitty Mac Kane, delante de Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, fue «el partido más bonito de mi vida»: perdió Lilí el primer set; ganó el segundo; en el decisivo, se colocó con 4-1 a favor. Luego... «se me fue el santo al cielo, perdí por idiota».
Ganó en dobles en Roland Garros en 1928, con Kornelia Borman; en individual, en Roma, 1930. Se la consideraba entonces la segunda del mundo, después de Helen Wills. Su juego era alegre y rápido, «inusualmente atrevido»; su especialidad, la volea, a media pista.
Era una mujer atractiva, elegante: solía vestir camisa de hilo y falda larga blancas; una cinta ancha en el pelo, cortado «a lo garçon»; a veces, una rebeca roja. Elsa Schiaparelli diseñó para ella una falda dividida, antecedente de los pantalones cortos.
Era una figura popularísima. Jugaba al tenis en la Costa Azul con Gustavo V de Suecia. Foch le dijo un piropo rebuscado «"No me atrevería a proponerle un partido») y ella le contestó: «No se preocupe, mariscal. Yo tampoco le declararía a usted la guerra».
Leo en ABC, en 1926: «La gente espera horas enteras para verla salir de un restaurante o de un teatro. No hay fiesta elegante que se considere completa si falta esta muchacha española, guapa, interesante y llena de vida». Los ingleses la bautizaron «The Senorita», con ene...
Luego, su vida cambió: se casó con un conde francés en 1934; cinco años después, al perder un hijo, se separaron. Volvió a España: cerró definitivamente su carrera en 1941.
Entonces comenzó una nueva vida, como escritora. Recuerdo el impacto que produjeron sus dos libros básicos, «Plenitud» (1946) y «En tierra extraña» (1957). Defendía un moderado feminismo y una espiritualidad seglar, usando el deporte como instrumento.
En el club de Santana
También criticó el mito del amateurismo en el tenis. Enviada por ABC, escribió sobre la final de la Copa Davis de Australia de 1965: «En el recinto de White City, cuando la banda militar tocaba nuestro himno nacional, se me saltaban las lágrimas y pensaba: ¿qué hay hoy en día que reporte así, abiertamente, manifiestamente, multitudinariamente, más gloria, más alabanza a España que este juego limpio...?»
La conocí a través de mis amigas Chelo de la Gándara y Elena Catena. Conociendo mi pasión por el tenis, me proponía siempre que jugáramos, alguna vez. Aunque me sacaba más de treinta años, siempre ponía yo excusas, avergonzado...
Cuando iba al club de Manolo Santana, él era su recogepelotas: «Tenía un estilazo increíble».
Creía en las virtudes del tenis: «Ayuda a tener una actitud feliz y generosa en la vida. Pero no es sólo esto lo que te mantiene en forma, sino el interés que tengas por la vida, que es maravillosa». Por eso ella la vivió con tanta plenitud.
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