NATACIÓN SINCRONIZADA
Ana Violán: «Tenía miedo, llegué a odiar la piscina»
Una de las chicas que firmaron la carta habla del calvario que suponía para ella entrenarse a las órdenes de Anna Tarrés
Ana Violán (Tenerife, 1980) responde al teléfono asombrada, incapaz de digerir el revuelo que se ha montado con la carta en la que, junto a otras 14 chicas, acusan a Anna Tarrés de humillarlas y practicar métodos fuera de toda épica humana y deportiva. «No para de sonar el móvil», explica. La sincronizada abre las secciones de deportes y esta vez no es por una medalla, revueltas las aguas por unas acusaciones muy graves en donde se pone en cuarentena el valor de Tarrés como entrenadora.
—¿Por qué se denuncian estos hechos ahora, justo cuando se ha anunciado la no renovación de Anna Tarrés y un día antes de la publicación del nuevo equipo técnico?
—Es la pregunta del millón, todos la hacen. Lo del nuevo equipo es casualidad, no pensábamos que la carta se iba a publicar un día antes. Pero hablamos ahora porque cuando estábamos ahí, cuando competíamos en la sincronizada, éramos menores de edad. Entonces no pretendes nada más que avanzar y ganar. Haces un pacto para dar y aguantar más, siempre crees que puedes, te convences. Pero al final hay un desgaste psicológico brutal, mucho más duro que el físico porque ese es normal en nuestro deporte. Eran métodos durísimos y das voz de lo que te pasa, pero cuesta que te escuchen porque hay resultados. Escribimos la carta porque cuando se anuncia que no renovaría a Anna los medios se alarman y hasta dicen que es injusto. No queremos protagonismo, queremos que se sepa que el deporte español necesita una base ética, moral y humana que con Anna Tarrés no existe.
—¿Ha tenido el eco que esperaban?
—No pensábamos que tendría tanta repercusión. Lo hacíamos con la intención de darlo a conocer, que se sepa que esas medallas tienen historias detrás. Han impresionado las frases, pero a nosotros nos importa más el fondo.
—Ha dicho Andrea Fuentes que muchas de las que denuncian ni siquiera han trabajado con Tarrés.
—Es ridículo, están los resultados y tenemos las medallas. Con Andrea no coincidí, pero sí estuve con Anna unos tres o cuatro años. Yo empecé en la sincro con seis o siete años y con Anna estuve desde los 13 hasta los 17 o 18, creo
«Rezaba porque me seleccionaran, pero salía llorando de casa, era una tortura»
—¿Usted por qué dejó la sincronizada?
—No es un hecho concreto. Es un gota a gota, te desesperas. Cuando acabé un Europeo y un Mundial pensé que no quería aguantar más este tipo de cosas. Estaba en el Canoe y recibí una llamada para ir a la absoluta, pero decidí que no, quería formarme como médico y así hice, no tenía intención de continuar con esa agonía.
—¿Y lo dejó de golpe por culpa de Anna Tarrés?
—Odié la sincronizada, no quise saber nada más. Seguí como monitora y mis hermanas continuaron. Pero yo llegué a odiar hasta la piscina, no quería ni verla.
—¿Qué suponía ir a la selección?
—Cuando llegaba a mi club el fax de las seleccionadas, rezaba porque estuviera mi nombre, quería representar a mi país. Pero salía llorando de casa, era una tortura ir a los entrenamientos.
—¿Tenía miedo a Anna Tarrés?
—Sí, totalmente. Incluso después de dejarlo fui un día a ver a mi hermana a entrenar y me temblaba hasta la voz. No nos saludamos, fue desagradable. Con el resto, tuve un encuentro estupendo, pero con ella nada. A una entrenadora la has de admirar, no puedes tenerle miedo.
«Son medallas de dudosa ética. Muy luchadas y merecidas, pero con mucho dolor y lágrimas»
—¿Qué pensaba cuando veía las medallas por televisión?
—Dejé de ver durante un tiempo, quise desconectar, pero también estaban mis hermanas y otras chicas. Son medallas de dudosa ética. Son medallas merecidas y luchadas, haces todo por tu país y por compartir una experiencia buena, pero llevan muchísimo dolor, lágrimas, insultos… Una medalla no es eso.
—Y en su caso, con dos hermanas más en la sincronizada, ¿por qué sus padres no dijeron nada?
—Obviamente mis padres han vivido de cerca el tema porque han tenido tres hijas en la sincronizada española. Mi familia lo sabía y nos apoyaban para que siguiéramos porque era nuestra ilusión. No compartían los métodos ni las formas, pero nosotras queríamos seguir aunque sea difícil de entender. Son padres que sufren por sus hijas. Contábamos lo que nos pasaban, pero no podían hacer nada porque si decían algo interrumpían inmediatamente nuestra carrera. Yo les rogaba que no hablaran, que no dijeran nada porque de lo contrario salía de la selección española.
—Y cuando lo deja, ¿qué le dice a su hermana Cristina, que es quien más lejos llegó? ¿Cómo le anima después de pasar el calvario que dice?
—Yo la apoyaba, le decía que era una nadadora brillante y que tenía que pagar ese precio.
—Ese precio que es el que ahora denuncia...
—Es que en ese momento crees que eso es lo más. El deporte te aporta todo, sirve para mucho en la vida. Pero es una situación complicada. Si hablas, nadie te va a escuchar. Yo le decía a Cristina que siguiera, pero sabía que sufría. Es blanco o negro. Nos apoyábamos unas a otras y no te planteas más. Con el tiempo se me revuelven las entrañas cada vez que lo recuerdo.
—¿Qué van a conseguir con esa carta?
—Lo que quiero es que quede claro que son muchas niñas las que firman y de diferentes etapas. No queremos repercusión, insisto. Somos quince niñas con una cabeza común. Esto va más allá. Hay métodos que no se pueden permitir en el deporte. Y las medallas necesitan ética. Una entrenadora ha de estar a la altura. Todo esto es para que no haya ni una niña más sufriendo. Se presenta una nueva etapa y tenemos que estar alerta y apoyar al nuevo equipo.
—¿Cómo es el nuevo equipo?
—Es un equipo potente. A mí me entrenó Esther Jaumà y Ana Montero era mi compañera. Con Gemma coincidimos en la piscina cuando ella era absoluta y yo júnior. Ellas han pasado unas experiencias y espero que se acuerden de lo que no se debe hacer.
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