El triste destino del pueblo fantasma en el que murieron 5.000 personas en la Guerra Civil: «Podría desaparecer»
La World Monuments Fund ha incluido las ruinas de Belchite entre los 25 lugares que es necesario proteger del deterioro
Belchite, un símbolo de la destrucción y el caos de la Guerra Civil

Amenazaba frío extremo en Zaragoza, entre cinco y siete grados bajo cero, pero la fortuna nos ha sonreído. Dice Marta Beltrán, trabajadora de la oficina de turismo local, que hace «buen día» en los restos del Pueblo Viejo de Belchite. «¡No nos ha pillado ... el cierzo!», bromea. Nada que ver con el calor infernal que, a finales de agosto de 1937, padecieron los miles y miles de soldados que combatieron durante su asedio. Fueron solo dos semanas de bombardeos de artillería y bregas casa por casa, pero provocaron una devastación tal que Francisco Franco ordenó que la villa no se reconstruyera. Y así nos la muestran hoy: yerma de vida y hueca de almas. Una ciudad fantasma sumida en un silencio que solo interrumpimos un grupo de periodistas preguntones.
Beltrán se detiene tras rebasar el Arco de la Villa, acceso principal a los restos del pueblo, y paladea la solemnidad. «Hay que escuchar el silencio, porque tiene una historia que contar». Es la quietud que dan las almas de cinco mil muertos, los recuerdos perdidos y la memoria una guerra fratricida que arrasó villas y familias. No le quitamos razón a nuestra cicerone, pero también hay veces que toca alzar la voz para avisar del desastre. Y eso es lo que pretende hacer la World Monuments Fund. Una fundación internacional sin ánimo de lucro que, este 2025, ha incluido el Pueblo Viejo de Belchite en su lista de 25 lugares de todo el mundo que es necesario proteger del deterioro y el abandono: la World Monuments Watch.
No olvidar
Mientras avanzamos por la Calle Mayor, o los restos de lo que un día fue, toma la palabra Pablo Longoria, director ejecutivo de la World Monuments Fund España: «El objetivo de esta lista es hacer una llamada de atención, poner el foco sobre lugares que requieren una intervención urgente para evitar su desaparición. Buscamos que los políticos escuchen y hagan su labor». Desde que el programa arrancó, hace ahora casi tres décadas, han recaudado fondos para salvaguardar estos lugares mediante la generación de conciencia. Y lo hacen, sostiene, desde un punto de vista apolítico y científico: «Cuando se trata de patrimonio cultural, todos deberíamos unirnos». La máxima, insiste, es que Belchite mantenga el espíritu de la Transición, cuando fue declarado un «sitio de memoria y paz».
Longoria, que también es arquitecto, sabe de lo que habla. Repite y repite que es necesario «consolidar» los restos del pueblo para evitar su desaparición en apenas un par de décadas. Y, por nuestra cara de desconcierto, se apresura a explicar el concepto: «Consolidar es procurar que no se caiga. Restaurar, en cambio, es recuperar su esplendor original». El ejemplo lo señala María José Andrés, gerente de la Fundación Pueblo Viejo de Belchite: un colosal andamio que sujeta la fachada de un edifico con un interior copado de escombros. «Debemos hacer algo, porque cada vez hay más grietas. Es posible que, si volvéis dentro de un mes, ese muro que veis ahí se haya caído», afirma la segunda.
Pero no es solo cuestión de no olvidar la historia, sino de luchar por el futuro, como bien explica el alcalde de Belchite, el popular Carmelo Pérez: «El Pueblo Viejo es el motor económico de la comarca, recibe unos 40.000 visitantes al año y en él se han rodado muchas películas y series, desde 'The walking dead' hace poco, hasta 'El laberinto del fauno'».
Batalla a muerte
Caminamos y caminamos entre muros rojizos, tono de adobe, ladrillo y sangre. Y mientras, Beltrán nos explica que la batalla de Belchite formó parte de la ofensiva del Ejército Popular republicano sobre Zaragoza. Una operación que, según describió el general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa Nacional, buscaba forzar a Franco a suspender sus ataques en el norte de la península. «Había que lograrlo atacando sobre un objetivo que por su importancia obligara al adversario a acudir en su socorro», afirmó el militar en sus memorias. Las maniobras arrancaron el 24 de agosto a cargo de dos divisiones –unos 80.000 soldados– y, en principio, tuvieron éxito. Al menos, hasta llegar a los alrededores del pueblo que hoy pisamos.
Dos días después se desató el infierno sobre el pueblo. «Conseguido el cerco total, los defensores pusieron en la conservación de plaza un tesón extraordinario. Resistían a ultranza», escribió el mismo Rojo. El 31 de agosto, los republicanos lograron acceder al centro urbano y arrancó una pesadilla todavía mayor. Cada plaza se convirtió en un campo de batalla y cada vivienda, en un pequeño baluarte. «La villa tiene un estilo mudéjar, eso implica que las calles adyacentes son muy estrechas. A los carros de combate les resultó imposible entrar, lo que dilató el avance y recrudeció el sitio», completa Beltrán. El punto y final llegó en la noche del 5 al 6 de septiembre, cuando los pocos falangistas que quedaban huyeron con algunos civiles a través de una calle, todavía visible hoy, hacia las montañas.
Los datos son escalofriantes: en dos semanas, el Pueblo Viejo de Belchite recibió 218 bombardeos y 35.000 ráfagas de artillería de ambos bandos. En palabras de la guía turística, había tantos cadáveres expuestos al extremo calor de aquel verano que hubo que quemarlos en la Plaza Vieja; la misma en la que hoy luce una colosal cruz. Los daños materiales no fueron menores. «Aunque se suelen exagerar las cifras, la realidad es que el 30% de los edificios quedaron destruidos», añade Andrés. El porqué hoy lo vemos tan desmejorado se debe a un cóctel formado por «la desidia de las instituciones» y la pésima climatología. «Cada vez que veo llover con fuerza pienso en qué daños causará aquí, y si se podrían evitar», apostilla Beltrán.
Llegamos a la última parada de esta visita: la iglesia de San Martín de Tours. La orgullosa edificación, levantada en el siglo XVI y muestra del valor cultural del Pueblo Viejo, lucha hoy por mantenerse en pie a golpe de andamio. Y es, según nuestros guías, la enésima razón palpable para haber devuelto a la vida esta villa. «En principio, Franco prometió reconstruirlo tras la guerra, pero, al final, ordenó en 1939 que no se reconstruyera y que las ruinas quedasen como símbolo de la 'barbarie roja'», añade Beltrán. Un año después arrancó la construcción de un nuevo pueblo a un suspiro de este. Hasta él emigraron el grueso de los antiguos pobladores. «Al último se lo llevó la Guardia Civil en 1964», desvela.
Y así nos despedimos de Belchite: con la esperanza de que su silencio siga enseñándonos más sobre un triste pasado que jamás debería volver.
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