El bar Taquilla cumple cuarenta años como referente de la afición taurina de la Maestranza
El negoció, que recibe el nombre por la antigua taquilla que la empresa Pagés tenía en la calle Adriano, se inauguró un Lunes Santo de 1983
La temporada taurina de Sevilla ya es oficial: diecisiete corridas y un nuevo operador televisivo

La Semana Santa es un tránsito -profesional- para quienes sustentan su economía anual en aquella otra semana. La de la marabunta de la calle Adriano. La semana de cuadrillas aguardando al alba la llegada del camión con los toros de la corrida, de ... reventas que como vigías del Arenal advierten cualquier llegada profana que sucumba a su planchada muleta, de aficionados que antes de sonar el primer clarín ya proclaman sus profecías, de turistas sumergidos entre discusiones de curristas y morantistas, de cuponeros que anuncian un triunfo menos resonante que el que se disponen a alcanzar quienes visten el oro, de jinetes que se descabalgan aprovechando que sus jacas no pagan la zona azul, de chóferes que desde la doble fila escuchan a Paco García y Juan Ramón Romero narrar lo que están viendo sus barandas intramuros. Todos ellos caben en la casa de los hermanos Oliva —Manuel, Pepe y Juan Ramón—, dueños del Bar Taquilla, un negocio señero de la Sevilla taurina que nació un Lunes Santo de 1983.
No son los únicos que se cobijan entre sus cuatro paredes, por las que cuelgan los muletazos más pueriles de Emilio Muñoz, el primer retrato de Morante de la Puebla, el cumplimento de Paquirri al Rey Juan Carlos, la chaquetilla de Luis Miguel que lucía Pablo Picasso, el natural que Manolo Caracol le dibujó al 'Niño Sabio de Camas', el blanco y negro de Cagancho que refleja sus ojos verdes, el habano de Rafael 'el Gallo' y el lance genuflexo de Antonio Ordóñez, que también es de la familia Arjona. Hablar del bar Taquilla es hablar del toreo. Son cuarenta los años que han pasado desde que levantasen la persiana por primera vez para atender a los devotos de San Gonzalo, cuando el cautivo trianero le volvió la mirada a Caifás para alumbrar a este templo de la torería.
La infancia de aquellos tres niños es ahora la patria de estos hombres, marcados por la solera de la empresa Pagés que conocieron. La de Diodoro Canorea, al que cada tarde subían café y torta de Inés Rosales, y su inseparable Eugenio Gil Mercado, que le dio nombre al negocio como homenaje a las antiguas taquillas que se enclavaban frente a su local, donde ahora están las oficinas de la empresa que gestiona la Plaza de Toros de Sevilla. Nunca han puesto el oído a lo que se ha comentado en alguna de las mesas de su bar, aunque no descartan que en ellas se hayan cerrado «más de un apoderamiento y corridas».
Hace más de quince años que este negocio sólo ve ponerse el sol cuando hay toros en la Maestranza. «A los camareros nos pasa como a los toreros, que el toro siempre tiene cinco primaveras aunque nosotros sigamos cumpliendo años». En cambio, con la llegada de la Feria de Abril prácticamente no existe margen para bajar la persiana. «Es la inyección económica más fuerte de nuestro negocio, la que nos permite vivir todo el año. Y no sólo en farolillos, sino que hasta los días de noveles se respira otro ambiente. Un día de toros es el alma del bar Taquilla, que se llena de abonados, ganaderos, toreros, trabajadores de la empresa…».
Por eso no pueden comprender «cómo hay políticos que le declaran la guerra a la tauromaquia, que sustenta tantos sectores indirectos». «Les pido el mismo respeto que nosotros tenemos por todo. Los toros son un mundo tan libre que basta con no comprar la entrada para no tener la obligación de ir. Debería ser enseñanza obligatoria una asignatura sobre cómo vive el toro, cómo se organiza una ganadería y todo el trabajo que eso mueve. Seguro que no habría tantos escandalizados».
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