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ABC Cultural

'Paraíso perdido': rebelión en los cielos

crítica de teatro

Andrés Lima y Helena Tornero llevan a cabo la adaptación y puesta en escena de este gran poema épico dando claridad al sentido del texto y exponiendo hasta qué punto la caída de Satán o de Adán y Eva son, en el fondo, actos de subversión

'Paraíso perdido', de Milton, sube a escena: elogio de la rebeldía

Pere Arquillué, en una escena de 'Paraíso perdido' David Ruano
Diego Doncel

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Crítica de teatro

'Paraíso perdido'

  • Texto Helena Tornero (basado en el poema de John Milton)
  • Dirección Andrés Lima
  • Dramaturgia H. Tornero y A. Lima
  • Escenografía y vestuario Beatriz San Juan
  • Iluminación Valentín Álvarez
  • Música y espacio sonoro Jaume Manresa
  • Videocreación Miquel Àngel Raió
  • Intérpretes Pere Aquillué, María Codony, Rubén de Eguía, Laura Font, Lucía Juárez y Cristina Plazas
  • Lugar Teatro María Guerrero, Madrid

Nadie mejor que John Milton para hablar de paraísos perdidos. Como un héroe trágico, salió derrotado de todas sus revoluciones, acabó ciego, pobre como una rata y a la deriva del mundo. Fue el hombre vencido que supo con qué precio se paga el valor de la libertad. Hay que leer por eso su 'Paraíso perdido' desde las ruinas de su biografía y también desde la idea de que esa pérdida supone, paradójicamente, una oportunidad de redimirse, de llegar a un grado de conciencia moral.

Andrés Lima y Helena Tornero llevan a cabo la adaptación y puesta en escena de este gran poema épico, de estos más de diez mil versos, dando claridad al sentido del texto y exponiendo hasta qué punto la caída de Satán o de Adán y Eva son, en el fondo, actos de subversión. Para Andrés Lima y Helena Tornero, como para Milton, el mal no es algo abstracto sino una rebelión existencial y política.

El Satán que hace aparecer en el escenario, con esas rocas detrás y bajo las imágenes perturbadoras del espacio cósmico, es un ser que muta, que cambia pero que mantiene un combate, una lucha contra Dios, contra el hombre y sobre todo contra la naturaleza y los límites de sí mismo porque ese combate, esa lucha son la reivindicación suprema de su libertad.

Por su parte, Adán y Eva, en una imagen bellísima, dejan de tener gestos y piel casi animalescos, para mostrarse desnudos y morder la manzana como camino sin retorno para explorar una nueva conciencia moral y mortal. Lo político es, por tanto, la vía revolucionaria de la queja, de la protesta, de la reclamación y del derecho de ir más allá.

Andrés Lima y Helena Tornero hacen aparecer a Dios no solo como el gran demiurgo sino como el gran dramaturgo: apunta, corrige, cercena. Con sus cojeras, su bastón y sus gafas de sol intenta mantener a raya un mundo, una obra ya establecidos, pero los personajes de esa obra se le sublevan y finalmente le hacen comprender que, en definitiva, todo teatro es una forma de sublevación.

Más allá del estatismo escénico que propician los monólogos, este Paraíso perdido hace de la monumentalidad escénica su mayor atractivo y de lo simpleza del alegato feminista algo que resta la complejidad que, para Milton, poseía cada verdad. El proyecto es ambicioso y osado, aunque a veces le falte la piedra de toque de toda gran poesía: la emoción. Con un espacio visual y sonoro que rayan a gran altura, con un Pere Aquillué que da una buena lección interpretativa, este combate entre el miedo y la disidencia debería haber asumido un mayor riesgo, una mayor locura, dar a la acción la posibilidad de caminar por el alambre del abismo y del peligro.

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