Ana Rosa Quintana: «Estoy contra la cancelación. Chico, sentido del humor»
La periodista de 66 años, una apisonadora de titulares, está a punto de cumplir la mayoría de edad como presentadora del espacio matinal de Telecinco. No piensa jubilarse. Y menos ahora. ABC conversó con ella en los estudios de Mediaset España al tercer día de su regreso tras recuperarse de un cáncer de mama que le diagnosticaron hace un año
«Debe de haber en este país 39 millones de fachas»

Ni dinero ni enfermedades. Sobre eso no se pregunta. O preguntaba. Es lo que aprendió de pequeña, en su casa, la periodista, presentadora y productora Ana Rosa Quintana Hortal (Madrid, 1956). «A lo mejor era un error, pero era lo que se decía en ... mi familia», rememora Ana Rosa. Se ha ganado, a golpe de audímetro y de 'clickbait', que se la conozca por su nombre de pila, herencia de una bisabuela cubana y «tan cursi». Hasta por sus siglas la conocen: AR. Es, «por insistencia», la reina de las mañanas. Y de corazones. Ni Susanna Griso, en sus mejores tiempos, le hizo sombra. Ana Rosa no piensa en la jubilación. Y menos ahora. Dicho recuerdo familiar le viene durante una entrevista con ABC en la cuarta planta de Mediaset España, el jueves, al tercer día de su cacareado regreso como titular del inacabable espacio matinal de Telecinco. Hace casi un año anunció que tenía cáncer de mama. «Cuando viví en Nueva York, me llamaba mucho la atención que la gente hablara de dinero con muchísima tranquilidad o que te preguntaran directamente cuánto ganabas o cuánto pagabas de alquiler. Mi educación es distinta. No digo que sea malo. Digo que no es elegante…».
—¿En algún momento de su vida creyó que no llegaba a fin de mes?
—Sí, ¡hombre! Tampoco en tantas ocasiones, pero sí en muy importantes de mi vida. No es que no llegaba a fin de mes, es que no tenía un duro en el banco. Sí. Y yo vengo de una familia de clase media-media-media-media, que sabemos lo que es llegar a fin de mes y no llegar a fin de mes. O sea, a mí, esto, no me lo van a enseñar.
Su padre, José Antonio, era representante de recambios de automóvil. Al principio viajaba para ganarse el pan. Después se estableció en Madrid, en el distrito de Usera, donde tenía un almacén y al que su hija sigue yendo para comer pulpo y oreja a la plancha. «Anda que no he 'currao' yo y hemos colocado retenes pequeñitos y cinturones de seguridad…». Ana Rosa, como estudiante de Periodismo, llevaba cada mañana a su padre a la oficina; echaba la tarde en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Iba para Económicas. Un profesor de Filosofía le hizo cambiar de opinión, de Ciencias a Letras en el COU. El día que terminó la carrera, le dijo sin cortapisas a su padre que ya no volvía más. «Sé lo que es estar sentada en tu casa esperando que suene el teléfono, presentarte a las emisoras a ver si necesitan algo…». Su vocación era la radio, no la televisión. Había hecho las prácticas en RNE, donde al principio daba el tiempo grabado. Después, información nacional. Nunca entró en directo. De allí saltó a Radio Intercontinental como pinchadiscos. Se soltó la melena. «Yo nunca había hecho radio musical, pero era para lo que me habían contratado, y luego hacía el informativo a las seis de la mañana, que no me pagaban porque era un favor».
A las siete de la mañana, el pasado lunes, estaban sus compañeros esperándola en la redacción. Ya había escuchado a Carlos Herrera en Cope. Una es fiel. «Desde luego, yo no quería hacer 'El programa de Ana Rosa', las mañanas, porque no quería madrugar. Lo que es el destino. Paolo Vasile [consejero delegado de Mediaset España] estaba: ''Tienes que hacer la mañana, irte a la mañana''. Y yo: ''No quiero madrugar, no quiero hacer las mañanas''. Y mira qué bien me ha salido». El espacio está a punto de cumplir la mayoría de edad. Como sus hijos gemelos. «Las audiencias son muy democráticas y cada día, cada semana, cada año, manda la audiencia». En ningún momento pensó en dar un paso atrás. «Yo nunca he sido cobarde. Ha habido situaciones de todo tipo y siempre las he afrontado, como siempre». El trabajo no se lo lleva a casa. Ni viceversa. En su despacho no hay ningún objeto personal. «En la tele se está mientras la audiencia quiere y el día que no, o tus jefes o tu empresa, pues hay que estar preparado para marcharse».
—¿Es usted inmune entonces a la cancelación?
—¿A la cancelación de qué?
—Tanto del programa como que ahora está de moda cancelar a personas por lo que puedan opinar.
—Estoy absolutamente en contra de la cancelación. Estoy a favor de la libertad de expresión, de que la gente se pueda expresar sin que esté aterrorizada por que alguien coja una frase fuera de contexto… Chico, sentido del humor. Libertad para las personas sin molestar a los demás. Y el programa nunca se va a cancelar. Estando yo o no estando yo.



Aquel 'AR' de 2005, pensado como un ático acogedor con cocina americana, no tiene nada que ver con el 'AR' de 2022. Ahora hay más crónica política y menos rosa («Antes escuchaba a Federico Jiménez Losantos porque es el que más sabe de corazón de España»). Ha habido baile de copresentadores, todos altísimos («Me veo como un pigmeo»), y de colaboradores. Como el periodista Javier Ruiz, que acusó su 'despido' al no encajar con la línea editorial del espacio. «Ana Rosa tiene el mismo derecho a despedirme que a contratarme. Y cuando ella me contrata no se inaugura la libertad de expresión y cuando me despide no empieza la mordaza», contó hace varios meses a Pablo Iglesias en su 'podcast'. Ahora responde ella: «Eso no es verdad porque entonces no estaría la mitad de la gente que está sentada a la mesa… Hay que ir renovándose. No porque te gusten más unos que otros, sino porque hay que estimular a la audiencia con novedades». Ruiz continuó en otro espacio producido por Ana Rosa, 'Cuatro al día'. «Una forma bastante extraña de despedir a alguien. Javier Ruiz es un gran profesional y yo le tengo mucho cariño, pero creo que no lo entendió…».
—No sé cuántas veces le habrán llamado 'facha'.
—Debe de haber en este país 39 millones de 'fachas'. Todo aquel que no piensa como piensan algunos es facha. No hay que darle mayor importancia. Por eso no entro a Twitter.
Ana Rosa niega categóricamente que suba el pan cada vez que ella habla. «Yo intento ser honrada conmigo misma, pero intento también ser respetuosa». Hasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, participó en un vídeo en el que políticos, artistas y periodistas le daban la bienvenida. «Y lo agradezco de corazón».
—¿Tanto poder e influencia tiene Ana Rosa Quintana?
—No es poder ni influencia. Ha sido el impacto de una persona que no te lo esperabas, incansable, que no ha faltado ni un día a trabajar y que de repente, de un día para otro, sin avisar, te dicen que tienes cáncer y que lo dejas todo durante casi un año.
El tratamiento acabó a finales de abril. Después pasó por quirófano. Entremedias, el 12 de enero, cumplió 66 años. No lo vivió con tristeza, pero sí con preocupación. No era su primera vez con el cáncer: «Fue grado 1, 'in situ', no tiene nada que ver porque no necesité quimioterapia ni nada de lo que ha pasado ahora». En esta segunda ocasión, pensaba mucho en sus hijos (tiene tres, uno con Alfonso Rojo y otros dos con Juan Muñoz) y le pedía ayuda a sus padres, ya fallecidos. «Creo en Dios y creo en la ciencia. Son las dos cosas más importantes. A mí me ha salvado la ciencia y me ha consolado creer en Dios». Ana Rosa tiene ahora un 'altar' en casa con todo aquello que le han enviado. Un desconocido le hizo llegar un rosario bendecido por el Papa. Y aunque tenga sentido del humor, poca broma con la enfermedad. «He intentado llevarlo bien y no preocupar a mi familia. Mi marido, que no se ha despegado de mí en once meses, me ha acompañado cada día, cada tratamiento, con mis hijos. Ellos me han hecho la vida muy agradable. Juan es una persona con mucho sentido del humor; es muy gracioso, muy simpático. Me ha hecho reír mucho. Yo, la verdad, me he reído, pero ganas de hacer bromitas con esto, no.
—¿Anunciará la despedida a bombo y platillo o se irá por la puerta de atrás?
—Ya anuncié una. No quiero más sobresaltos. Una cosa que sí se aprende: vamos a dejar que todo fluya. No vamos a hacer planes. Ni vamos a vivir del pasado, ni vamos a hacer planes de futuro. Vivamos el día a día.
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