El peor viaje de Elvira Sastre: salvada por los libros
La escritora convierte en novela una experiencia personal en 'Las vulnerabilidades'. La lectura, rememora, también le ayudó durante un vuelo que jamás olvidará
Elvira Sastre: «Aunque suene raro, estoy deseando volver a encerrarme para escribir»

La escritora Elvira Sastre asegura no tener algo así como un «peor viaje» de su vida. Ha sido afortunada. Pero sí que admite haber tenido malos trayectos. Uno, en avión. Algún otro, más vital, lo digiere y lo plasma en su última novela 'Las ... vulnerabilidades', siguiendo la estela de Ernaux, Didion y Gornick. Las tres comparten con ella el hecho de haber sido salvadas -o, al menos, aliviadas- por la escritura de sus libros y por la lectura de los libros de otros. En el caso de Sastre, además, los libros le salvaron también un vuelo que jamás olvidará.
MÁS 'malos viajes'
«Era un viaje de vuelta desde Bogotá, con escala», recuerda. El caso es que «el viaje había sido una maravilla». El problema fue aquel salto del charco: «El vuelo fue horrible. El avión tardó muchísimo en llegar, y no tenía pantallas para ver películas». A la artista segoviana no le gustó nada la idea de tener que pasar doce horas (más) encerrada en una cabina a 30.000 pies de altura sin poder disfrutar de algún entretenimiento audiovisual, porque está claro que no solo de letras viven los pasajeros intercontinentales. Pero eso no fue lo peor. En ese trayecto, precisamente en ese trayecto que ya pintaba que no iba a ser cómodo, le bajó el período. Dios y la meteorología hicieron el resto: «Había muchas turbulencias, y llevaba un cura en el asiento de al lado», comenta en una enumeración que da a entender que la sotana le producía una incomodidad, como mínimo, similar a los baches aéreos. «Fue una cosa como de película».
Con todos estos mimbres, el resultado es un buen puñado de horas que preferiría olvidar. Suerte de que la literatura le echó una mano. «Dígame que al menos llevaba algún libro», le suplico: «Sí, sí, libros siempre llevo. Es esta cosa de la ansiedad, que te adelantas a los acontecimientos. Yo en los viajes llevo como cinco libros, aunque a veces luego no me dé tiempo a leerme ni uno. Yo soy la del por si acaso. Soy muy segoviana para eso». De hecho, desde el incidente del vuelo Bogotá-Madrid se descarga «mil cosas en el móvil antes de cada vuelo, por si acaso». Se ríe de ella misma: «Es un agobio pensar que se te puede acabar [el material escrito y audiovisual acumulado, se entiende] y tienes que enfrentarte a tu silencio».
Leer en papel
¿A quién no le ha salvado un buen libro? A los lectores, nos salva leerlos. A los escritores, además, los salva escribirlos. Es el caso del último que ha publicado Elvira Sastre, 'Las vulnerabilidades'. «Surge todo de una experiencia personal que he convertido en una novela» un poco «por necesidad de dar sentido a algo que me ha pasado en la vida», explica. Es la historia de dos mujeres, Elvira y Sara, que establecen una relación de poder y dependencia a partir del momento en que la segunda contacta con la primera a través de las redes sociales y le explica que es víctima de un abuso. Con este planteamiento, Sastre urde una historia de suspense psicológico. Para lograrlo, ha estado «leyendo mucha autoficción, con autoras como Annie Ernaux, Joan Didion y Vivian Gornick». Su «ejercicio descarnado de compartir» las experiencias personales con los lectores, asegura, la ha ayudado mucho.
La conversación va avanzando y convenimos que algunos libros es necesario leerlos en papel, para sentirlos más cerca, poderlos marcar con garabatos, hacer el gesto de cerrarlos y cogerlos un poco más tarde. Quizás, precisamente, algunos de las tres escritoras mencionadas. Me asalta la curiosidad por saber si una autora treintañera se aclara trabajando solamente con el ordenador. «Mezclo un poco todo», me dice: «Escribir, lo escribo todo con ordenador, porque además tengo un problema en la muñeca que me impide hacerlo demasiado rato a mano».
Ahora bien, para el trabajo previo sí que necesita de lápiz y papel: «Tengo una libreta para coger ideas y hacer la estructura de la novela». Y todavía hay una tercera herramienta en su taller: «Los pensamientos que te vienen de pronto por la calle, o durmiendo, en un sueño, me los apunto en el teléfono, y luego los paso a la libreta». Ah, y no confía demasiado en la tecnología. «Con 'Madrid me mata' tuve un problema con las pruebas finales», y casi pierde todo el trabajo. Desde entonces, «me mando el documento por correo cada vez que lo cierro después de estar escribiendo». Por si acaso.
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