Así suena 'Hackney Diamonds', de los Rolling Stones: su mejor disco en 40 años pese a su horrible portada
crítica
Nunca juzgues un libro por su cubierta, se podría decir de este álbum más que decente
Rolling Stones: «Juntarnos en el estudio para grabar sigue siendo el Santo Grial»

Menos mal que lo de la portada, la más fea de la historia de los Rolling Stones y posiblemente del rock, no era un augurio. Detrás de ese cutre montaje de aprendiz de photoshop con ideas de bombero hay un disco mucho más que ... decente. Porque tal como ellos mismos cantaban hace sesenta años en su versión de Bo Diddley 'You can't judge a book by the cover' ('No puedes juzgar a un libro por su portada'), detrás de una carátula espantosa se esconde el mejor álbum de la banda en... ¿treinta, cuarenta años?
Así es 'Hackney Diamonds'
Ha sido buena idea no adaptar su trigésima primera obra de estudio a los tiempos lanzando cinco, seis o siete singles, y adelantando sólo dos, el sencillote y excesivamente poppie 'Angry', y el colosal y acertadamente aderezado 'Sweet Sounds of Heaven', donde el aliño de Lady Gaga inyecta una pegada celestial al crescendo. Precisamente 'Angry' es el tema que abre 'Hackney Diamonds', como si sus satánicas majestades quisiesen empezar el viaje con ventaja, arrancando con un riff ya conocido y que les ha funcionado razonablemente bien porque evoca el patrón cortante de 'Start me up'. Es al escuchar 'Get Close', el segundo tema, cuando toca arrimar bien el oído y adentrarse en el nuevo universo estoniano. Tras una intro que parece sacada de un disco de Alice in Chains, Pearl Jam o algún otro antihéroe del Seattle noventero, Jagger hace suya la canción con una interpretación brillante, gamberra, gritona a pesar de tratarse de un medio tiempo, e increíblemente magnética. Instrumentada con un saxo a la Clemons y redondeada por breaks de batería que jamás hubiera hecho Watts pero que encajan al subir la intensidad, es muchísimo mejor canción que 'Angry'. Esto va bien.
Tercer tema, 'Depending on you'. Balada. Guitarras acústicas, órganos y modulación vocal muy melodiosa, y acertada. Se pega. El estribillo va a ser un momentazo instagramero con pantallitas iluminando las gradas de los estadios. Y de repente ¡pum!, 'Bite my head off' explota el tímpano viajando al garage con una guitarra saturada digna de Ty Segall, una batería percutora, Jagger volviéndose a poner el traje de rockero salvaje y... Paul McCartney al bajo. Que la alianza Stones-Beatles haya fructificado en uno de sus hits más cañeros a los ochenta tacos, es la leche.
Un mitad de disco en equilibrio
Parece que la cosa se atempera con una 'Whole wide world' movidita pero algo anodina, casi en la onda del brit-pop que se estrelló musical pero no comercialmente intentando emularles, pero ahí Richards sale al rescate con unos solos afiladísimos que ya querría Iggy Pop en sus nuevos discos. Y entonces llega 'Dreamy Skies', una lenta con saborcillo country-blues que recuerda a joyas del pasado como su versión del 'Love in vain' de Robert Johnson, grabada con un sonido añejo delicioso, haciendo bramar una armónica que hace cerrar los ojos de puro disfrute y con una letra pertinente que rinde homenaje a Hank Williams y habla de los viejos tiempos en los que en casa sólo había una radio vetusta para escuchar música. Al final, se escucha a Richards decir «yeah!». Con esto es suficiente para comprarse el disco.
'Mess it up' sigue el esquema de 'Angry' pero tiene mucho más rock en las venas, y eso que esgrime un estribillo que trae a Blondie a la cabeza y un feeling súper funky que será bailadísimo en esa gira que como todas, será la última. Con un analógico 'One, two, one-two-three...' arranca 'Live by the sword', otro botón de punkismo Jagger combinado a la perfección con una batería que engancha a la primera de cambio, un piano honky-tonkero y guitarras salteadas en una sartén sonora que el productor Andrew Watt ha tenido por el mango como un auténtico chef de estrella Michelín.
Un final del álbum retrospectivo
Se acerca el final con 'Driving me too hard', una tema de mera transición -o de relleno hablando claro- hacia la sorpresita del disco: una canción cantada por Keith Richards titulada 'Tell me straight', la más reflexiva, melancólica y confesional de una ristra de diamantes de Hackney que llega ahora a su instante de mayor resplandor, con la epatante intervención de Lady Gaga y Stevie Wonder en la épica gospeliana de 'Sweets sounds of heaven', una composición muy simple elevada por una incandescente interpretación en el límite de la sobreactuación que en el álbum tiene siete minutos (el doble que en la edición single adelantada) y que crece con cada escucha... Igual que muchas de este sólido artefacto rock que termina con, ojito, una cosa llamada 'Rolling Stone Blues'. La pura esencia. El origen de todo. Esperen al viernes.
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