B. B. King: cómo los hippies abrieron las puertas del éxito al héroe de la guitarra blues
Libros del Kultrum publica la exhaustiva y emocionante biografía escrita por el premio Pulitzer Daniel de Visé
B. B. King, cinco obras maestras

'B.B. King Rey Del Blues: Ascensión Y Reinado De Riley «Blues Boy» King' está escrito por Daniel de Visé, escritor y periodista que entrevistó a casi todos los supervivientes del círculo íntimo de B.B. King para trazar una biografía extremadamente rigurosa de uno de los guitarristas más famosos de la historia. Licenciado por las universidades de Wesleyan y Northwestern, de Visé trabajó en The Washington Post, el Miami Herald y otros tres periódicos a lo largo de 23 años. Compartió el Premio Pulitzer 2001 por su labor periodística, ha sido galardonado con más de dos docenas de otros premios estadounidenses de periodismo, y sus reportajes de investigación han conducido a la liberación de condenados a cadena perpetua por error. Así que estamos hablando de un biógrafo acreditadísimo que no da puntada sin hilo ni información o aseveración sin contrastar, fechar y ubicar. Pero de Visé es fan, por encima incluso de todo eso. Y sabe contagiar su emoción en cada párrafo.
Las 640 páginas del libro asustan un poco, pero la paciencia extrae de ellas momentos formidables que ayudan a comprender no sólo la carrera de B.B. King sino la de la inmensa mayoría de los músicos negros, siempre en la cuerda floja hasta el visto bueno del hombre blanco. Y en el que caso que nos ocupa, hay un evento definitorio: el concierto del Fillmore de San Francisco el 26 de febrero de 1967. Riley Ben King llevaba ya dos décadas ganándose el pan tocando su guitarra -buena parte de ellas, compaginándolo con la recogida de algodón-, pero casi siempre en el circuito 'chitlin', el único seguro para los negros en los años duros de la segregación.
Había actuado frente a espectadores blancos en contadísimas ocasiones, y sus grabaciones no trascendían las listas de música negra. La falta de éxito le había arruinado porque pagaba a sus músicos con el dinero que debía destinar a impuestos, y su vida personal se iba a pique por su decadente coyuntura profesional. Pero aquel día, su carrera cambió para siempre y adquirió la condición de ídolo juvenil, de producto consumible por la población dominante. Cuando menos se lo esperaba.
En 1966, el capo de los promotores musicales Bill Graham llevó al Fillmore Auditorium a la Paul Butterfield Blues Band, y sus guitarristas, los respetadísimos Mike Bloomfield y Elvin Bishop, le hablaron con modos reverenciales de un tipo llamado B. B. King. Sus palabras, «es el número uno» dijeron, le sonaron a canto de sirena a Graham, que precisamente estaba buscando algún músico negro al que pudiera invitar para actuar en el templo hippie. Justo en ese momento debieron alinearse los planetas del flower-power, porque King estaba dando su primer concierto ante melenudos en el Gazzari´s, un garito del Sunset Strip donde solían tocar los Doors. Cuando le llegó la propuesta, no obstante, no tenía ni idea de que el legendario Fillmore, que había sido durante mucho tiempo una sala para afroamericanos, ya no era el mismo tras la revolución de la paz y el amor.
Cuando su autobús de gira llegó a la entrada de acceso el día de su concierto, «vio melenudos con camisetas teñidas, sentados, apelotonados, ocupando cada centímetro de la acera que llevaba hasta la escalera que conducía a la puerta, y ninguno era negro. B. B. King dijo, 'nos hemos equivocado'», relata Daniel de Visé. En ese momento Graham «se abrió paso entre el mar de hippies y le dijo: 'sí, estás en el lugar correcto'».
Ya dentro del recinto, el guitarrista vio que en su viejo Fillmore ya no había butacas. El público, exclusivamente blanco, también estaba sentado en el suelo y arremolinado frente al escenario «bajo una perfumada nube de humo». Él los observó y pensó: «No saben quién soy». Pero cuando el maestro de ceremonias le presentó tras una feroz actuación telonera de los psicodélicos Moby Grape, «la inmensa multitud se alzó al unísono y prorrumpió en la ovación más ruidosa que B. B. había oído jamás», asegura el autor, que en su libro cuenta con testimonios que certifican que «a él se le llenaron los ojos de lágrimas».
Aquella comunión con ese público, en el que se encontraban ilustres admiradores como Carlos Santana, fue una experiencia religiosa para King. «Me costaba creer que algo así estuviera ocurriendo, que la comunicación entre los 'flower children' y yo fuera tan estrecha y acertada», recordaría el dueño de Lucille, el instrumento que hizo volar a los duendecillos de Haight Ashbury hasta la estratosfera.
El verano siguiente, B. B. King ya era un 'must' entre la audiencia blanca. Le entrevistaban en los grandes medios de comunicación, sus discos entraban en el Billboard, y sus actuaciones (también volvió al Fillmore el año siguiente, y muchas veces más) llenaron sus bolsillos. Y de ese carro ya nunca se bajó hasta el día de su muerte.
Sí lamentaría, como descubre el autor en sus investigaciones, el hecho de perder el contacto con la comunidad negra. Por eso, tres años después del encumbramiento en Frisco aceptó la invitación del alcaide (negro) de la cárcel del condado de Cook, en Chicago, para actuar frente a 2.400 reclusos, todos afroamericanos. Cuenta el libro que, rodeado por medio centenar de centinelas blancos armados con porras y rifles semiautomáticos, B. B. King dio uno de los mejores conciertos de su vida, culminado con un 'The thrill is gone' en el que bramó el verso 'Nena, ahora soy libre, soy libre' con tanta fuerza que a punto estuvo de provocar un motín. «Ver aquel mar de rostros negros me entristeció y me alegró a partes iguales», diría King tras la velada. «Por un lado me atormentaba que tantos hermanos estuvieran entre rejas; por otro, me entusiasmaba poder conectar con mi gente».
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