Mariquilla: «El flamenco transmite verdad. Si yo me siento cogida por algo fuerte, te lo voy a demostrar»
que corra el aire (I)
No hay bochorno que resista a ese golpe de abanico de la bailadora granadina. Diva en el Carnegie Hall, reina de Torremolinos y matriarca del Sacromonte, así es esta mujer que agita el aire con su presencia

Son las doce y media de la mañana. El pronóstico daba nubes, pero brilla un sol intenso. De tan negro, su pelo reluce como el aceite. De pie, con la Alhambra a sus pies y la Catedral de Granada a sus espaldas, la bailadora ... Mariquilla sostiene un abanico. Mira a la cámara de Pepe Marín con sus ojazos y templa la mano. Es entonces cuando la ciudad entera se rinde a sus pies. «Yo nací en una cueva como esta». Y así fue. Un ocho de septiembre de 1943 María Guardia Gómez 'Mariquilla' llegó al mundo como un trueno. Una tempestad
Hija de artistas flamencos, creció en el corazón de la zambra gitana, en pleno Sacromonte 'granaíno'. «¿Quieres bailar?, me preguntaron. Yo tenía seis años. Sí, quiero, ¿cuánto?, les respondí». Mariquilla entorna los ojos y espeta, rotunda: «Desde el primer momento que bailas, te pagan. Y así lo hice. Cobré una peseta y dos reales. A mí no me importaba el dinero. Yo lo que quería era bailar». A eso dedicó su vida esta mujer que ha compartido escenario con Lola Flores, Camarón y Paco de Lucía, la misma que ha bailado frente a príncipes y reyes y que igual se ha arrancado en el Royal Albert Hall como en el suelo de losetas.
«Yo los domino»
Y tanto. No hubo nada que se interpusiera entre ella y el flamenco. Ni su salud, ni su estatura ni su familia. «A los siete años, estaba tan delgada que la falda se me caía y me quedaba en braguitas. Mi padre me dijo: tengo que hablar contigo. Qué es lo que quiere, papito. Y él me contestó: no quiero que bailes más, porque estás muy delgada. Te vamos a poner un tratamiento, que me lo pusieron durante siete meses de inyecciones. Al día siguiente, me declaré en huelga de hambre. Y mi padre, llorando como un niño chico y mi madre igual. ¿Pero cómo no me dejan bailar? ¡Bailar es lo único que quiero en esta vida!».
No existieron maestras, castigos o normas que la apartaran de la vocación «En el colegio, había una escalerilla que subía directamente a la cueva. Ahora te digo dónde es —y así lo hará, cuando bajemos hacia la cueva de Curro Albaicín—. A diferencia de los demás niños, yo no jugaba en el recreo. Le decía con mirada a la maestra que me tenía que dejar salir. La dominaba con la mirada. Y entonces subía a la escalera, tenía el vestido colgado en la cueva, me lo ponía, bailaba y bajaba otra vez a la escuela Ave María». Ni siquiera su estatura ha sido un escollo para esta mujer que se crece en los escenarios. «Mira a la enana ésta», suelta Mariquilla, riendo a gusto. «Yo los domino con la mirada»
«Me llevo a mamá»
Con 18 años ya Mariquilla se conocía todos los escenarios de Granada. «Así que le dije a mi padre, que era también mi guitarrista: esto se me queda chico, me voy. ¿Cómo que te vas? Lo que oyes, que me voy a Madrid, me llevo a mamá».Marchó a la capital y se plantó ahí donde pudiera bailar. «Fui a una cafetería donde se juntaban todos los artistas. Ahí me encontré a Arturo Pabón, Arturito, que su suegro era Manolo Caracol. ¿Qué haces aquí en Madrid? Estoy buscando trabajo ¿Cómo que trabajo? Voy a hablar con mi suegro y vas bailar en Los Canasteros». La contrataron, por supuesto.
Estuvo un año junto a Rocío Jurado, Paco Cepero, la Perla de Cádiz y María Vargas. «Manolo Caracol se subía a cantar con su yerno Arturo Pabón. Un día dice: ¡Que venga la niña de Granada! Ya me va a echar. Me va a poner en la calle, pensé. Él me dijo: mañana vas al sastre de los toreros y te haces tres trajes de hombre. ¿Para qué?, le pregunté yo. Porque te voy a sacar de figura. Y así lo hice, fui figura, vestida de hombre, en Madrid, con Manolo Caracol».
«Incluso llorando»
Sentada en una silla de madera y esterilla, bajo la bóveda de una de las cuevas del Sacromonte, entre el Museo Etnológico de la Mujer Gitana y La Chumbera, templo del cante y del baile de la ciudad, Mariquilla se cuenta sin remilgos. Dice lo que piensa y punto. «El flamenco transmite la verdad. Y como llevas por dentro la verdad, pues, cuando bailas, se refleja hacia el mundo. Yo te puedo conquistar a ti incluso, llorando. Si estoy triste, bailo por soleá. Si yo me siento cogida por algo fuerte, te lo voy a demostrar».
Si de algo estaba y está segura Mariquilla era de sí misma. Entonces y ahora. «Yo tenía una cosa a mi favor: yo aprendí sola y mi baile era diferente. Tenía mi propio sello. Como no tenía madera, que ahora en todos los sitios hay madera para bailar, bailaba en las losetas, en estas losetas. Las reventaba, por la fuerza que tenía». Por eso Mariquilla prefiere lo auténtico a ese otro flamenco, a su juicio mecánico, que hoy reina en las salas. «Cada uno de nosotros era distinto, porque nuestro baile era una creación personal. Quizá hoy, algunas figuras sean más repetitivas. Van a 20.000 sitios y en todos hacen lo mismo. Mezclan el flamenco contemporáneo y hacen una ensaladilla de pipirrana».
«Taconea el abrigo»
Lola Flores fue a verla bailar. «Cuando entré, vi un abrigo de leopardo en el suelo. Yo sabía lo que valían, eran carísimos. Entonces me pidió que bailara encima del abrigo, y yo lo hice. Ella lo cogió, y se fue». Su amistad con Lola Flores comenzó desde muy pronto. «Fui la primera que usó bata de cola. Lola Flores fue a mi escuela. Me vio la bata de cola, el abanico y el mantón de Manila. Pues venga, llévatelas, le dije. Cuando yo vi a Lola Flores en la película de Carlos Saura con la bata de cola, dije: mírala, ya la ha cogido, ya se ha dado cuenta».
Mariquilla no representa el flamenco. Ella es el flamenco. Ha recorrido el mundo entero con su propia compañía, durante 20 años regentó el Tablao Flamenco El Jaleo de Torremolinos, en Málaga. Por ahí pasaron todos, desde el primer Camarón de la Isla hasta Antonio Gades. Actualmente, aparte de dirigir la Cátedra de Flamencología, lleva las riendas de la Escuela Flamenca Mariquilla, fundada en el año 1982. Ha sido artista, empresaria, gitana, madre de dos hijas y huracán sobre todos los escenarios.
«Los mejores artistas pasaron por El Jaleo, en Torremolinos. Porque yo entendía de flamenco. Y contrataba el flamenco que yo creía que era flamenco. Daba igual hombres, que mujeres. Yo era muy abierta, siempre lo he sido. Tuve a Fosforito, al Lebrijano, a la Paquera, a Gabriela Ortega, que no cantaba ni bailaba, ella recitaba. Con 11 años, Manuel Carrasco se vino conmigo a Torremolinos». Por eso Mariquilla no entiende el baile como un oficio. Para ella es una función vital. Algo incontenible como el hambre o el sudor.
«Puedes no tener vestido ni zapatos, pero si tienes una gitanería que arrolla, no necesitas nada más. Eso no se hace. Ahora se aprenden muchas cosas, pero eso no se enseña en ningún lugar». Saber bailar y hacerlo tan intensamente le ha hecho comprender que las vocaciones, cuando no van acompañadas de fuerza, desaparecen solas. «Yo no soy nadie para decirle a otro vete. Yo digo ya aprenderás. Ya te equivocarás por ti misma. No quiero ser el verdugo. Yo no voy a matar a nadie».
Celia Cruz y Ava Gardner
Lucía Garrido escucha a su madre hablar. La graba, la fotografía. Está atenta a que todo esté en su sitio. De no ser por Lucía, esta conversación de verano habría ocurrido, pero no así. No con tanta frescura. Bailadora ella también, y de las grandes, a Lucía le gusta la gestión cultural. Durante años fue concejala de Cultura y se dedica en cuerpo y alma a la difusión del flamenco.
Tanto Lucía, como su hermana Tatiana Garrido, creció entre artistas. Por eso sus recuerdos abanican el caluroso viento de julio. «Ahora que hablamos de verano —dice Lucía—. Yo sé que a mi madre le encantaba esa época cuando éramos pequeñitos siempre había un restaurante en Torremolinos que íbamos todos los artistas y los hijos de los artistas.. Comíamos en mesas largas. Todo el mundo era bienvenido. Éramos una gran familia».
—¿Entienden el flamenco en EE. UU.?
—Les gusta. He bailado en la Biblioteca Nacional, Celia Cruz y yo. Fue en una fiesta con Bill Clinton. Pero cogí un cabreo aquel día, ¡me llevaron desde Granada sólo para bailar 20 minutos!
—¿Qué tal Celia Cruz?
—Ah, mi hermana, ¡cómo eres! —Mariquilla imita el acento cubano— Le dije: tu jefe de Cuba me quiso contratar, pero me quería pagar con tabaco.
—¿Lo rechazaste?
—¿Cómo le voy a pagar a los artistas con tabaco? Los artistas necesitan dinero, para comer. La gente necesita comer. Y mira que sigo enamorada de Cuba. Por su vivencia. Por su gente.
—¿Qué es más difícil: ser bailadora o empresaria?
—Me costaba mucho más ser empresaria. Porque yo bailadora era libre, pero como empresaria tenían que salirme las cuentas. Tuve el tablao de Torremolinos, el de Granada y hasta abrí uno en Berlín. Fíjate mi atrevimiento.
—¿Qué tal tu amistad con Ava Gardner?
—¡Uy! Un día la dejé, para siempre.
—¿Cómo que la dejaste?
—La dejé borracha. Se ponía ciega. Se había enamorado de uno de mis guitarristas. Eso fue en Nueva York. Un día le hice una seña a mi guitarrista —Mariquilla abre los ojos—. Vámonos, le dije. Y nos fuimos de uno en uno. Al día siguiente, el camarero me dijo: esa mujer rompió tó el bar. A botellazos, claro.
—¿Tú te sientes la matriarca de Granada?
—Eso lo tiene que decir la gente. Soy feliz con lo que hago y en la forma en que lo hago, ellos me entienden y me quieren.
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