Laura Chivite: «Todos los escritores somos unos mentirosos»
La escritora debuta en la novela con 'El ataque de las cabras', donde mezcla el disparate con el intimismo
Lea aquí la crítica de la novela

Laura Chivite (Pamplona, 1995) creció rodeada de libros, y quizás por eso decidió no abrir ninguno hasta los quince años: eso explica muchas cosas, también su prosa. «Era tan rebelde, tan díscola y tan monstruosa que sencillamente por joder y no hacer caso no leía», ... recuerda entre risas la escritora, una de las más interesantes de su generación. Chivite debutó en 2022 con 'Gente que ríe' (Caballo de Troya), un tomo de relatos muy unitario o una novela muy dispersa, según se mire, que viajaba en el tiempo pero siempre mirando a los ojos de los personajes, a sus roces. «En un club de lectura de Salamanca una mujer me preguntó: «¿por qué se llama 'Gente que ríe'? Porque yo no me he reído en todo el libro». Ahora pongo los títulos antes de empezar a escribir los libros», cuenta ella. Y vuelve a reír.
Ese humor que se ahorró en su debut lo ha volcado en 'El ataque de las cabras' (Random House), su primera novela, que suena a película de terror de los sesenta, pero que es una historia familiar y de aprendizaje (de adolescencia, de juventud) y una fábula, todo a la vez, además de un disparate en el que hay cabras que hablan y hacen cine y existe la telequinesia melancólica, que consiste en mover cosas con la mente solo cuando estás triste: curioso superpoder. «A mí me interesa mucho la cotidianidad, y en el fondo pienso que mi escritura es muy intimista y que su eje son las relaciones humanas, que son mi obsesión –los encuentros, las rupturas, el amor, el desamor–, pero luego me pongo a escribir sobre esto y no puedo no añadir elementos que no son de la realidad, elementos de la fábula o lo fantástico, o incluir una distopía, como en 'Gente que ríe'. Es inevitable», dice.
«Si no disfrutas escribiendo, ¿para qué escribes? ¿Para publicar? Si todo lo que viene después es un cuadro»
Hay algo lúdico en la escritura de Chivite: en 'Gente que ríe' eso se traducía en la experimentación (había un cuento de veinte páginas escrito en imperativo, ahí es nada), y aquí una apuesta por estar siempre entre la melancolía y la risa, entre la fábula y la confesión. «Si no disfrutas escribiendo, ¿para qué escribes? ¿Para publicar? Si todo lo que viene después es un cuadro», bromea. Y después: «Me interesa mucho este puente entre tragedia y humor, por decirlo de algún modo. Me parece que la vida es así, siempre puede extraerse algo de humor de la tragedia. Y dentro del humor también hay tristeza». Uno de sus personajes suelta: «[La tragedia] sucede cuando menos se la espera. Por eso muchas veces la tragedia roza lo ridículo. [...] Es en los días tranquilos y soleados cuando hay que estar alerta». «Lo dice Sheila, la profesora de cerámica, que habla con aforismos. Pero tampoco es que lo crea. Yo creo que todos los escritores somos unos mentirosos y que soltamos frases que suenan bien y luego no tenemos ni idea de si estamos de acuerdo o no con esas frases».
Escribir, insiste Chivite, es arriesgar, «descender a lo más hondo y oscuro de ti y ver qué hay ahí, hablar con tus demonios. A veces es un ejercicio peligroso. El subconsciente habla igual o más que nuestra parte consciente». Tal vez por eso, porque es un ejercicio libre e íntimo, no disfrute escribiendo para el cine, tan importante en su formación y en su escritura (además: Jonás Trueba fue su primer editor). «Lo he intentado, pero se me hace difícil escribir con otra gente. Y luego están los intereses económicos, de producción… Es mucho más difícil ese mundo».
Desórdenes familiares
En otro de esos aforismos, la ceramista Sheila contradice a Tolstói: «Los conflictos familiares son como unas vacaciones en Yucatán, crees que las tuyas son mucho más sorprendentes que las del resto, pero en realidad son todas iguales». ¿Pero qué sería de la literatura sin esos desórdenes? «Es que todas las familias son un cuadro. La frase de Tolstói me parece casi engañosa, porque, ¿qué familia es feliz? A grandes rasgos puede ser feliz, pero si exploras en el pasado familiar y si es una familia relativamente grande siempre vas a encontrar alguna tragedia, alguna disputa, alguna herida. Me apetecía mucho explorar eso y hacerlo desde el humor, no desde la solemnidad. Quería decir: riámonos de estas familias desestructuradas».
Bárbara Mingo sostiene que hay algo melancólico en esta novela, algo así «como el sonido que queda en el aire tras un brindis»: tal vez el que deja la juventud cuando termina. También esta es la crónica de una mujer que descubre que todo se parece a todo, y que por eso decide quedarse en los detalles y esperar una iluminación. Al final del libro, Chivite cita un poema de Robert Hass: «Todo el nuevo pensamiento trata de la pérdida. En eso se parece al viejo pensamiento. [...] Toda palabra es elegía de lo que significa». ¿Siempre se escribe sobre lo que se pierde o se añora? «No lo sé, la verdad. Hay bastantes lugares desde donde escribir. Hay gente que escribe desde el enfado, gente que escribe desde la pena y hay gente que escribe desde el miedo. En este libro volqué inevitablemente algunos de mis miedos, y es muy curioso porque algunos se han cumplido. Hay que tener cuidado con lo que escribes porque a veces se cumple. Mi vida de ahora es la que narré entonces, cuando era totalmente diferente».
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