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Kiko Amat y las cosas que hacen POP

El autor barcelonés publica «Mil violines», colección de ensayos que anudan canciones y vivencias y con las que reivindica al escritor como «humano enamorado de sus canciones favoritas»

Kiko Amat y las cosas que hacen POP INÉS BAUCELLS

DAVID MORÁN

Era como un mantra que iba pasando de aula en aula y de barba poblada a bigote con coderas. ¿El yo? Coto reservado. Acceso restringido. Ni se les ocurra, decían. La objetividad no entiende de primeras personas. Y así, con el yo hecho fostatina y reducido a escombros con el mazo de la objetividad, el periodismo musical emprendió su proceso de zombificación. Y es entonces, en el preciso instante en el que todo parece perdido, cuando aparece agitando los brazos Kiko Amat (Sant Boi, Barcelona, 1971), novelista y entusiasta fan del pop, para defender todo lo contrario: que no se puede hacer crítica –de lo que sea- como quien recita a la carrera la tabla periódico o la lista de los reyes Godos.

O, dicho de otro modo, para reivindicar “el analista pop como humano falible, no como robot; el periodista musical sin fimosis emocional, sin extirparle las manías, filias, dolores y cambios de humor que vienen con eso de ser humano”, tal y como puede leerse en el prólogo de “Mil violines” (Reservoir Books, Mondadori), colección de ensayos musicales en la que el autor de “Cosas que hacen BUM” y “Rompepistas” anuda canciones y vivencias para sumarse a Francisco Casavella en aquello de que "no se puede escribir sobre música, sino sobre lo que te pasa cuando escuchas canciones”.

ABC 

Y, como explica Amat, “Mil violines” habla precisamente de eso: de emociones y de cómo la música pop afecta a la gente, dos pilares sobre los que el escritor barcelonés fabrica un libro intenso, ardiente y rematadamente divertido. Un libro que blande el entusiasmo como ariete para azotar la sobreintelectualización del pop y arrearle un sonoro tortazo al canon.“Es muy importante en cuanto evolución y contexto, sí, pero puede no tener nada que ver con las vivencias reales de mucha gente. Por ejemplo, yo hasta hace poco no conocía a nadie a quien le gustase Tom Waits. Es más: no conocía a nadie que hubiese escuchado a Tom Waits", explica, reivindicando así no las canciones que cambiaron la historia de la música, sino las que agitan músculos y sacuden huesos de quienes las escuchan.

Big bangs emocionales

A eso mismo se dedica él seleccionando una docena larga de canciones que no solo acompañan, sino que moldean, definen y desencadenan acalorados big bangs emocionales y autobiográficos. A saber: el llanto con Jimmy Webb, el robo masivo de singles en el Virgin Records de Londres con el “Wonderwall” de Oasis (esta vez sí) sonando de fondo, The Chords y su “Maybe Tomorrow” como Marsellesa electrificada, el salvavidas emocional de Mose Allison, los Dictators como reflejo de una adolescencia "sin chicas", Rachmaninov como bendito pulpo en un garage, The Fleshtones y el secreto de todas las fiestas… “Había canciones muy interesantes como tal pero con un contexto que era despreciable. Son canciones con las que podía haber hecho un ensayo, sí, pero que no eran relevantes en lo que me había pasado. Otras, en cambio, llevo tanto tiempo escuchándolas casi a diario que no tienen un momento concreto”, explica.

Por aquello de buscarle parientes más o menos cercanos, “Mil violines” no desentonaría junto al “31 canciones” de Nick Hornby, aunque encajaría mejor al lado del “Lost in Music” de Giles Smith, título que, como “Mil violines”, se sirve de las canciones como imparable acelarante emocional que acaba prendiendo cuanto se pone a su alcance. Porque, tal y como escribe Amat en uno de los epílogos dedicados a su inagotable amor hacia los discos, "las canciones son la mejor manera de efectuar lo que solo puede definirse como un viaje místico a nuestro pasado".

Y por si acaso alguien se despista y equivoca el camino, el autor de "El día que me vaya no se lo diré a nadie" incluye también un desopilante apéndice con un Top 10 de canciones odiosas y odiables -temblad, Phil Collins y John Lennon- y, de propina, un manual de literatura para punks escrito "con la cara de pasmo del simplón del pueblo que ha descubierto un atajo al río que nadie utilizaba".

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