Juan Gómez-Jurado: «Yo escribo libros, los que los convierten en “best sellers” son los lectores»
El autor publica «Rey Blanco» (Ediciones B), tercera entrega de la serie iniciada con «Reina Roja», con la que ha atrapado ya a más de un millón de lectores

Dice Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) que da mucho las gracias, y no es para menos, pues lleva mucho tiempo viviendo de dulce. Concretamente desde noviembre de 2018, momento en el que publicó «Reina Roja» e inauguró un proyecto literario que no ha hecho más ... que traerle alegrías y lectores. Desde entonces más de un millón de personas se han acercado a las peripecias de Antonia Scott y Jon Gutiérrez, una pareja de investigadores tan peculiares como talentosos, que se mueven en los márgenes, el único lugar desde el que se pueden resolver algunos crímenes, sobre todo los más retorcidos. Ahora trae debajo del brazo «Rey Blanco» (ediciones B), tercera entrega de esta saga (la segunda fue «Loba Negra»), que sale con una tirada de 150.000 ejemplares. Otra vez el autor vuelve a mover los hilos para atarnos a sus páginas. Y como en todo truco de magia no se puede revelar demasiado.
—¿Cómo empezó esta saga?
—Hace doce años me vino una idea a la cabeza, y tuve claro que aquello era algo que quería hacer. Incluso con sus complejidades, algunas de las cuales preveí en su momento y muchas otras que ni me imaginaba. Y esto es todo lo que puedo decir ahora mismo. Tengo un campo de minas aquí delante. No quiero meter la pata… A día de hoy me cuesta creer que los lectores durante todo este tiempo hayan estado guardando el secreto de las novelas. Muy especialmente a raíz de «Reina Roja». Es absolutamente increíble. Y eso es algo muy de agradecer. Yo me paso el día dando las gracias, no solo en redes sociales. Allá donde voy es un constante agradecimiento, hasta el punto de que puedo llegar a ser pesado. Pero es que es así como me siento todo el día.
—Esta saga ya ha vendido más de un millón de ejemplares. ¿Da vértigo escribir para una comunidad tan grande?
—Esa presión la tengo ahora, pero cuando estoy escribiendo no. Es curioso eso: desaparece. ¿Por qué? Porque la humildad de verdad de un escritor consiste en ser consciente de que lo único que tiene que hacer cuando se sienta delante de un teclado es servir a la historia, que es lo más importante. Por eso yo no escribo para un millón de lectores o para cinco: escribo para uno, para mí. La historia me tiene que gustar a mí. Esa es la única manera en la que uno puede ser honesto y ser humilde: no escribir para que te lean, sino escribir porque la historia te está pidiendo que la cuenten.
—La presión, entonces, tiene que ver con lo que ocurre fuera de las novelas, con las promociones, ¿no?
—Eso lo he aprendido por las malas, porque yo soy una persona muy irreverente, no considero ningún tema tabú y todo me parece digno de hablar con sentido del humor, lo cual no quiere decir tratarlo a la ligera. Y por las malas he aprendido que ya no puedo decir nada, porque cualquier cosa que diga se convierte en un titular. Y a veces no demasiado favorecedor. En los tiempos en los que vivimos, en los que es muy complicado conseguir que el grueso de la gente se forme una opinión más allá del titular o de las dos primeras líneas de una noticia, cada día es más complicado y cada día sentimos, no solo yo, sino un pescadero de Valladolid también, la necesidad de tener bastante cuidado con las opiniones que expresamos.
«Yo no escribo para un millón de lectores o para cinco: escribo para uno, para mí. Esa es la única manera en la que uno puede ser honesto»
—Da la sensación de que este va a ser el nuevo tablero de juego de aquí en adelante. ¿Echa de menos la libertad anterior?
—El mundo ha cambiado. En algunas cosas para muy bien y en otras para peor. En cualquier caso, estamos en una etapa de transición entre estados. Hemos pasado de la sociedad completamente vertical, en la que hay unas personas que hacen cosas y otras personas que las compran, a una horizontal. Ahora mismo en cualquier parte del mundo cualquier persona puede sacar un teléfono móvil y ser tendencia y que le hayan visto cien millones de personas una hora después. Esto es algo a lo que los seres humanos todavía no estamos acostumbrados, ni individualmente ni como sociedad. Tenemos que reaccionar a esto. Y es una reacción que va a ser muy lenta. Funcionará y producirá resultados muy positivos, pero ahora mismo estamos en la etapa en la que todo lo malo sobresale mucho. Si hay un zurullo flotando en una piscina lo único que tú vas a ver en esa piscina es el zurullo. Y esa piscina en realidad son cuatrocientos mil litros de agua. Y no es real. No es real.
—¿No es real?
—El 99,9% de las personas se dedican a levantar la persiana cada mañana e intentar cosntruir algo. Y luego hay un grupo de gente o de situaciones que son bastante menos constructivas, mucho más destructivas, que reflejan otras cosas. Pero como los humanos estamos programados para detectar el peligro, en lo que nos fijamos es en lo malo. Ahora conviven nuestras mayores virtudes y nuestros mayores defectos bajo el espectáculo de los focos en mitad de la plaza pública.
—En «Rey Blanco» se vuelve a demostrar que esta historia está muy pensada desde la trama, y que además está perfectamente ensamblada con sus hermanas.
—Hay dos aproximaciones completamente distintas a la escritura. Una es la brújula y otra es el mapa. Stephen King es un escritor de brújula, y por eso no tiene ni idea de cómo acabar los libros cuando los está empezando. Y sin embargo es un genio, para mí uno de los mejores escritores del siglo XX. Yo soy bastante obsesivo, yo tengo que saber hacia dónde voy. Necesito tener claro lo que va a suceder al final de la historia. Y tengo que pensar en qué consiste, cuál es su propósito último. ¿Es una historia esenciamente de amor, como la de «Cicatriz», o es una historia de amistad, como «Reina Roja? ¿Y si es una historia que tiene de las dos, como «Loba negra»?
—Tanto en esta novela como en las dos anteriores Madrid parece casi un personaje más.
—Yo quería contar una historia en mi ciudad porque es absolutamente maravillosa. Y simplemente pasó. No había una pretensión de utilizar Madrid como un personaje más, aunque poco a poco ha ido calando más en los libros. Hay muchas novelas ambientadas en Sevilla, hay muchas novelas ambientadas en Barcelona… Y sin embargo en Madrid hay pocas, muy pocas. Y de thriller diría que con los dedos de una mano se pueden contar.
«Ahora conviven nuestras mayores virtudes y nuestros mayores defectos bajo el espectáculo de los focos en mitad de la plaza pública»
—Por cierto, ¿se disfruta torturando a los personajes?
—Es algo que divierte muchísimo. No hay nada que disfrute más que hacerle daño a mis personajes, que romperles huesos o que causarles heridas de bastante consideración. Porque a ver… Esto el que tenga hijos lo entenderá perfectamente. Son muy pesados los personajes, igual que los hijos. Y cuando un bebé llora con once meses a las tres de la mañana, por muchas ganas que tengas de tirarle por la ventana, porque esto es real, un instinto lógico, ninguno lo hacemos. Sin embargo, cuando tienes un personaje literario, que es tu hijo también, y que es igual de pesado que los de carne y hueso, a este sí le puedes hacer daño. Es bastante liberador y bastante divertido.
—¿Hay que desterrar la piedad en el thriller?
—Escribir es esencialmente un ejercicio de empatía, de empatía gigantesca. Kapuscinski decía que para ser buen periodista primero hay que ser buena persona, y eso creo que es trasladable a los escritores. Para ser escritor también tienes que tener una enorme cantidad de empatía, de sentido de la responsabilidad, y que lo que le pase a tus congéneres te afecte mucho. Como mínimo para ser un escritor de misterio. Porque si no me preocupara la injusticia, o que un personaje esté en peligro, si no me preocupara realmente, entonces no podría escribir una historia de estas características.
—¿Le molesta que aún se hable de la literatura de género como literatura menor? Por ejemplo, muy rara vez se menciona la forma, el estilo, en el thriller.
—Es un mal inherente al género. Por eso el escritor de género nunca es reconocido. Porque si lo hace bien, si yo hago bien mi trabajo, el lector va a estar tan interesado en lo que le estoy contando que va a olvidar el cómo. A mí no me importa. A un escritor de thriller o de fantasía lo que le importa es que la gente se lo pase bien. Lo que tenemos que ser es lo bastante humildes y trabajadores. Porque humildad no es decir qué poco valgo yo, humildad es levantarte de la cama todos los días con ganas de ser mejor que el anterior porque no crees que el mundo te deba nada.
—¿Va a haber más libros de este universo? En la contraportada avisa: «El final sólo es el principio»...
—No lo sé, eso está en manos de los lectores. El otro día alguien me decía que yo era un escritor de «best sellers». Y dije que no, porque yo escribo libros. Los que los convierten en «best sellers» son los lectores.
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