Crítica DE:
'¡Mártir!, de Kaveh Akbar: por amor a Cyrus
NARRATIVA
Lazos familiares en el debut novelístico del autor iraní-estadounidense a través de la odisea del treintañero pero tan adolescente lobo estepario Cyrus Shams. Un alguna vez vaciador de botellas y catador de drogas
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Y, hey, aquí vamos de nuevo, una vez más, como hace un año y como se hará el año que viene: una/otra primera novela que viene a cambiar para mejor la historia de la literatura de USA (y por lo tanto, se supone, del ... mundo) y que 'ha enamorado' a Barack Obama (y alguien alguna vez tendrá que explicarme cuál es el valor del juicio en estas lides del ex presidente en cuestión que, me parece, tiene la misma validez que pueda tener la mía sobre la densidad/calidad de agujeros negros).
Pero, bueno, la que hoy (esta temporada) nos ocupa también fue finalista del National Book Award, fue uno de las diez mejores libros del 2024 según 'The New York Times', viene recomendada por 'blurbs' de colegas de renombre (entre ellos los para mí muy respetables Michael Cunningham y Mary Karr a los que se une sin problemas John Green, ese maestro del sufrimiento 'self-help' para jóvenes adultos), y le sobran las reseñas más que favorables (alguna poniéndola a la altura de 'La conjura de los necios' de John Kennedy Toole).
NOVELA
'¡Mártir!'

- Autor Kaveh Akbar
- Editorial Blackie Books
- Año 2025
- Páginas 408
- Precio 23 euros
Y, claro, uno de inmediato —pero con cierto esfuerzo— no puede sino evocar el pasajero estruendo aleluyístico que en algún momento despertaron Marisha Pessl y David Vann y Jonathan Safran Foer y Garth Risk Hallberg y Tristan Egolf y no puede sino preguntarse en qué andarán ahora. Siguen publicando, claro.
Y algunos entre ellos (dejando de lado a algún suicida al que tal vez se resucite e inmortalice 'post-mortem') escribiendo libros mucho mejores que aquellos tan promocionados en sus inicios. Pero, claro, Obama los ha abandonado. Y a no quejarse mucho y a no sufrir demasiado: es aún peor en nuestro idioma donde —salvo más o menos honradas o delictivas excepciones— impera más la cultura del libro fenómeno efímero imponiéndose por encima de la del autor fenomenal de largo recorrido.
En cualquier caso, ahora es el turno de '¡Mártir!' de Kaveh Akbar. Y la parrafada anterior era, lo siento, para justificar un cierto prejuicio inicial ante su 'magnum' debut. Porque, además, Akbar parece hacer 'check' en todos los casilleros: nació en Teherán en 1989 ('pero' su familia se mudó a New Jersey cuando tenía dos años), fotografía como exótico-elegante, viene de la poesía (donde ha sido muy laureado) y 'además' del mundo académico, publica en 'The New Yorker' y es editor-fundador de una muy respetada publicación: 'Divedapper', y fue alcohólico y vivió para contarlo y escribirlo y exponerlo. Y —esto 'también' juega a su favor— es más que probable que nunca vaya a enamorar a Donald Trump.
Fue alcohólico y vivió para contarlo. Y —esto 'también' juega a su favor— es más que probable que nunca vaya a enamorar a Donald Trump
Es decir: Akbar, con '¡Mártir!', fue inmediatamente beatificado y enseguida canonizado. Lo que queda por discernir, entonces, es si '¡Mártir!' es un milagro. Y no lo es, claro. '¡Mártir!' es, apenas, una muy buena novela que —'check' otra vez— tiene la gran astucia de con/fundir lo que hoy se conoce como 'trauma-porn' (el 'Tan poca vida' de Hanya Yanagihara a llorar en TikTok probablemente sea el buque insignia del subgénero seguido de cerca por el 'Gente normal' de Sally Rooney y todo lo del ya mencionado John Green y tantos epígonos del testimonio auto-ficcional donde el gran desafío es vencer en el concurso de quién tiene la pena más grande y más adaptable a serie de Netflix) con la picaresca calamitosa de un descendiente del 'Candide' de Voltaire y tanto antihéroe modelo siglo XVIII/XIX.
Añadirle a esto destellos filosóficos de lo de Robert M. Pirsig, sátira social 'freak' de Kurt Vonnegut, surrealismo juguetón del bardo Richard Brautigan, epifanías adictas del también poeta Denis Johnson, locuras alucinógenas del recientemente fallecido Tom Robbins o Maruki Murakami, y un toque del orientalismo geo-político realista-mágico 'for export/import' de Salman Rushdie.
Nada nuevo, mucho bueno. Todo esto —en oraciones a menudo formidables, a veces un tanto es/forzadas en su casi compulsiva necesidad de deslumbrar— para contar, en 2017, la odisea del treintañero pero tan adolescente lobo estepario Cyrus Shams. Un alguna vez vaciador de botellas y catador de drogas cuya madre murió en un bizarro y politizado accidente aéreo. Y quien, sin mapa ni rumbo, piensa en que la poesía (y, acaso con preludio a su suicidio, la escritura de un libro sobre mártires incluyendo a Juana de Arco y Malcolm X y Bobby Sands y aquel que se plantó frente al tanque de guerra en la plaza de Tiananmen) no sólo pueda salvar sino darle sentido y belleza y rima a una existencia tan mal versada.
Y hay un padre vencido y languideciendo en un criadero de pollos y un tío portentoso y un hermano imaginario y un amante homosexual y una agonizante 'performer' iraní 'à la' Marina Abramović y una/esa Lisa Simpson y un Rumi y hasta un primer mandatario que recuerda mucho a quien ahora manda por segunda vez. Y por encima de la trama y de su constante acontecer —que por momento parece una puesta al día Noche 1002—.
El Tema: la tortura de la disociación y desorientación sufrida por quien, insomne a la vez que sonámbulo, no sabe de dónde vino ni dónde está ni a dónde se dirige, pero no por eso quedándose un minuto quieto en cuerpo y en alma y en mente. Y es un placer y un desafío seguirlo —aunque sea un personaje que quiera ser tan querido, tan querible, todo el tiempo, aún en sus miserias— hasta alcanzar un final tan emotivo como, suele ocurrir, un poco demasiado sentimental.
Así, una muy buena novela que sería aún mejor si no se proclamara tanto a los vientos que es una obra maestra única mientras, por supuesto, Obama ya está buscando, sabiendo que le sobrarán candidatos y pretendientes, otro libro no del que enamorarse sino —no es lo mismo— que lo enamore.
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