lo moderno
Uno para todos
Como el año que viene se cumplen los 180 años del viaje de Alejandro Dumas (y su hijo) por España, voy adelantando una idea turístico-cultural
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La primavera nos pilla siempre desprevenidos. Sin embargo, el turismo no descansa, y ya empieza el bombardeo publicitario de playas por los cuatro costados, restaurantes con y sin estrella Michelín, Semana Santa y Feria de Abril. Y yo cada año me pregunto qué pasaría ... si, como los ingleses, los franceses o los italianos, nos pusiéramos nosotros a vender cultura. Y para que no nos pille el toro, como el año que viene se cumplen los 180 años del viaje de Alejandro Dumas (y su hijo) por España, voy adelantando una idea turístico-cultural.
La mirada lectora, 'gourmand' y mujeriega de Alejandro Dumas anota su pasear por la mitad norte de España como por un paisaje frío en su hospedaje y tosco en sus mesas («los garbanzos de los que gustan tanto los castellanos son como guisantes, pero del tamaño de una bala».) Sin embargo, desde que pisa Andalucía, su estilo literario cambia y las descripciones se adornan de fantasías al estilo de las ‘Las mil y una Noches’.
Granada le deslumbra «como una virgen perezosa que lleva tumbada al sol desde el día de la creación», a pesar de que allí tiene lugar un desagradable incidente: a Dumas hijo le abren una brecha en la cara con una piedra y Dumas padre, gigantesco y muy enfadado, a punto estuvo de estrangular a uno de los agresores. «Todos para uno y uno para todos».
Nuestra singular España es, además de un valiosísimo patrimonio común, una inversión de presente
De Granada salen hacia Córdoba por malos caminos no tan limpios de bandoleros. Antes, buscan la casa de Séneca y descubren que se trata de un burdel. Admirados por la metáfora de las cosas, parten rumbo a Sevilla. A Dumas no le gusta el amarillo del albero ni el sabor de las aceitunas. Le entusiasma, eso sí, la inmensa Tabacalera, donde un año antes la Carmen de Mérimée amó y mató. Sevilla termina enamorándole hasta el punto de que se viste «a la española» y encarga para sus mulas aperos adornados con pompones de vivos colores, tan vistosos como los «ojos de terciopelo» de las sevillanas.
El periplo termina en Cádiz, adonde las calles «parecen ir al cielo porque acaban en el vacío, limitadas por el infinito». De ahí partirán en el vapor francés Le Vèloce rumbo a Argelia. Si no somos capaces de entender que nuestra singular España es, además de un valiosísimo patrimonio común, una inversión de presente, es que no hemos entendido nada
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