PALABRAS CONTADAS
125 minutos de soledad
El tiempo que dura la película 'Tardes de soledad' le basta para retratar algo invisible, portentoso, un misterio que desaparece y que asoma de pronto ante los ojos
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En este siglo de desengaños quedan muy pocos héroes sin hipérbole. En este tiempo en el que todo está predicho, y a menudo también fingido, cuesta encontrar algo tan cierto. La película de Albert Serra ‘Tardes de soledad’ dura 125 minutos y ese tiempo ... le basta para retratar algo invisible, portentoso, un misterio que desaparece y que asoma de pronto ante los ojos: el espacio entre el torero audaz y el animal fiero, donde sólo cabe la sangre que rebosa, el peligro que se afila, el valor si late y el miedo si muere. Nada más. En algún fotograma, la sombra fugaz de una moneda al aire, cara y cruz de gloria o de percance que se paga con la vida.
Da igual si eres aficionado a los toros o no, siempre que seas libre para mirarla de frente. ‘Tardes de soledad’ es una obra de arte estremecedora que no acaba de complacer a los taurinos porque no se deleita en la lidia, ni a los antis porque no juzga la violencia que documenta, cruda, muy cruda, sin paños calientes. Un cuento de los que ya no nos atrevemos a decir, del fondo mítico que nos recuerda lo que somos bajo el esmalte de la civilización: al final del laberinto espera siempre el minotauro.
La plaza redonda de la soledad del héroe Roca Rey es otro laberinto sin muros, porque no hay escapatoria. Lo que allí se representa es verdad. Podemos no mirar, renegar ante el espejo. Pero no obviar lo que Serra nos ha mostrado, un canto elemental bajo el riesgo inasumible y el valor, que sí, es humano. No hay debate sobre esa verdad. Puede haber deseos y cuentos infantiles, pero todos nos sabemos emplazados y solo el héroe nos mira mientras baila con la muerte, toreando.
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