PUES DICES TÚ
Lo de guiñar el ojo
Las dos personas normales van juntas al campo, aunque no al campo campo, a un campo tan cercano que ni es campo ni es nada, más bien un perímetro alambrado
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Las dos personas normales van juntas al campo, aunque no al campo campo, a un campo tan cercano que ni es campo ni es nada, más bien un perímetro alambrado, grande y lleno de árboles, con pista de atletismo, karts, una piscina en alguna parte, ... paseos con banquitos, merendero, y, a la sombra de unos fresnos, un claro donde el ayuntamiento organiza clases de tiro con arco los jueves, de once a una y media.
—Bufff... Qué duro —dice tirando de la cuerda la primera persona normal.
—¿Está duro?
—Muy duro. ¿El tuyo no?
—Espera, que miro. —La segunda persona normal trata de domar su propio arco, con igual fortuna—. Muy duro, muy duro. Duele. Está durísimo.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—Entonces, ¿cómo hacemos?
—Pues nos aguantamos, ¿no? Tiramos más fuerte y ya está. Apretamos los dientes.
—¿Hay que apretar los dientes?
—Tú y yo sí.
La primera persona normal prueba. Efectivamente, logra que la cuerda se tense un poco más.
—¿Lo ves? Tienes que escucharme.
—Es verdad —concede la primera persona—. ¿Y lo de poner la flecha?
—Eso es ya el segundo día, me parece. Pero no te líes. Lo que importa es el arco, no la flecha, te lo digo yo. —Se fija en algo—. Mira... —La segunda persona normal señala a una chica gordísima con un pantalón de chándal bien apretado y un forro polar rosa eléctrico—. Cómo estira esa, ¿eh? —La mujer suelta los dedos con elegancia y la flecha vuela al centro de la diana, o casi—. Qué tía...
—Eso es porque tiene un arco de poleas —se queja la primera persona—. Con un arco de poleas, cualquiera. Tenían que darnos de esos a todo el mundo...
—Se lo habrá comprado ella, ¿no?
—Pues que nos den uno así a todos. Si no, es ventaja.
—¿Ventaja para qué? Si no está yendo contra nadie.
—Ahora no, pero contra alguien irá. Si compites, vas contra alguien.
—Aquí no dejan competir.
—Pues que no restriegue, por lo menos.
—Pero si no restriega.
—Ah, ¿no? ¿Y las poleas qué?
La chica gorda mira a las personas normales, les sonríe y carga otra flecha. Vuelve a concentrarse en la diana, guiña el ojo. Mantiene la postura, relaja suavemente los dedos índice, medio y anular. Y...
—¡Pam! —grita la segunda persona.
—No hagas tonterías, ¿quieres? —se queja la primera.
—¿Te he asustado?
—Un poco.
La flecha ha quedado clavada muy cerca de la anterior. La chica vuelve a sonreírles.
—Pues dices tú que no restriega —gruñe la primera persona—, pero mírala, mírala. Cómo nos sonríe.
—Porque es maja.
—Si fuera maja, no acertaría tanto. Si fuera maja, fallaba.
—Igual falla a veces, ¿no?
—Pues que falle ahora; que falle y que sonría, si quiere. Que tampoco es tan buena.
—¿Cómo que no es tan buena?
—Si fuera tan buena, habría partido la otra flecha, ¿no?
—Eso es en las películas.
—Porque en las películas son buenos, a eso me refiero yo. Robin Hood, si le da la gana, te parte la primera flecha, le roba el arco de poleas a un rico y se lo da a un pobre. Y dile tú que no.
La chica apoya el arco contra un árbol y saca un bocadillo de la mochila. Vuelve a sonreír a las personas normales, encantadora.
—No ofrece.
—¿Cómo?
—No ofrece, ¿ves? Se lo va a comer todo ella.
—Pero ¿querías comer tú?
—¿Yo? No. Pero que ofrezca.
—Tendrá hambre.
—Tendrá. Por lo que sea.
—No seas así. Venga, ayúdame a tirar...
La primera persona normal suelta su propio arco y tensa la cuerda del de la primera. A dos manos.
—¿Esto querías?
—Así, justo. Perfecto. Ahora va estupendamente.
—Y ¿qué hacemos con la flecha, cuando nos dejen ponerla?
—Lo importante es el arco.
—Pero ¿cómo la ponemos?
—Se lo decimos a alguien. Le decimos que la ponga. Yo sujeto bien el arco, tú tiras bien de la cuerda, y que la chica esa mismo...
—Si se acaba el bocadillo. Y si nos dan la flecha.
La segunda persona normal no hace caso. Observa el arco de la primera, tirado en la hierba, y dice:
—¿Por qué el tuyo tiene lo de mirar y el mío no?
—¿Qué es lo de mirar?
—Lo de guiñar el ojo; lo de asomarse. Este no tiene.
—Pues no sé. Es el que me han dado...
—Pero entonces también tendrás ventaja tú, ¿no?
—¿Lo ves? Lo que te decía antes, que es injusto. Un fallo del ayuntamiento... Pues imagínate con poleas...
—Ahora te entiendo, ahora.
—Aunque podemos coger el mío, ¿no? Tú lo sujetas, yo tiro fuerte y me asomo. Y que a poner la flecha venga el pequeño.
—¿Qué pequeño?
—El pequeño mío. El chico.
—Ah, ya, el pequeño tuyo. Pero estará estudiando, ¿no?
—Sí, pero que venga, ponga la flecha y se vaya.
—Cuando haya flecha.
—Cuando haya flecha, claro.
—O que nos la ponga la chica, te decía.
—Qué chica. ¿La tuya?
—No, no. La del bocadillo.
—Sí, claro, para que nos llene el arco de queso. Ya te he dicho que eso no.
—Pues ¿entonces?
—Pues entonces nada. Lo que importa es el arco. La flecha no.
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