Desde la orilla
Quizás, solo quizás
«Un domingo me senté a pensar en mi semana y descubrí que no recordaba nada»
Por eso aún existe la poesía

Un domingo me senté a pensar en mi semana y descubrí que no recordaba nada. La amnesia es preocupante cuando tienes resaca, pero mucho más cuando no la tienes. Si me he portado bien, ¿dónde está mi memoria?, me preguntaba. Y después: ¿con quién estoy ... hablando? Los días no se habían esfumado, pero se parecían tanto que eran indistinguibles, como el dinero de la felicidad cuando no tienes ninguna de las dos cosas: todo es humo. Así que no había lunes o martes o miércoles, sino una acumulación de horas de trabajo y móvil, solo eso, un saco de horas con las que se podía llenar una hoja contable, tal vez una agenda, pero no una semana, mucho menos una biografía.
El tiempo vuela cuando te dejas llevar, y este es el drama de la vida adulta: no es que el tiempo huya, es que nosotros huimos de él, en una carrera desesperada que nos deja en el lugar en donde estábamos, preguntándonos qué hemos hecho la última hora, el último mes, la última década.
Veinte años después de graduarse, David Foster Wallace dio un discurso de graduación en la Universidad de Kenyon en el que explicaba lo fácil que es soltar las riendas de tu libertad y acabar odiando a la humanidad cuando, a la salida del trabajo, coges el coche y acabas en un atasco terrible y antes de volver a casa aún tienes que pasar por el supermercado porque tienes la nevera vacía y, poco antes de llegar, un todoterreno conducido por alguien seguramente detestable que se cree superior a ti se cuela en tu camino y te retrasa un par de minutos más. Lo difícil en ese momento, dice Foster Wallace, es imaginar la remota posibilidad de que ese coche quizás, solo quizás, lo conduce un padre preocupado y nervioso que quiere llegar cuanto antes al hospital.
En ese quizás se encierra la verdadera libertad, que es decidir cómo y en qué piensas, dónde poner la atención, el tiempo. «La alternativa es la inconsciencia, la configuración predeterminada, la carrera de ratas, la constante e insistente sensación de haber tenido y perdido algo infinito».
Ese quizás es un consuelo frágil, como la luz de la última vela en una tarta de cumpleaños. Pero es tan bella esa luz…
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