Antiutopías
Botero y la creación de un mundo
Sus maestros fueron los del Quattrocento, en especial Piero della Francesca
Muere Fernando Botero, el pintor colombiano más universal

Como García Márquez, que encontró la clave del realismo mágico narrando eventos banales como si fueran prodigios impensables y eventos extraordinarios como si fueran obviedades cotidianas, Botero abrió las puertas a un mundo nuevo cuando vio que podía alterar los volúmenes de la realidad. En ... los años cincuenta, cuando en el mundo del arte empezaba a ser de mal gusto cultivar un estilo individual, Botero fundó el suyo a partir de este hallazgo.
Inflando el continente y dejando inalterable el contenido, ocurría el milagro. Los rostros crecían y sus rasgos se empequeñecían, el armazón de las guitarras se hacía elefantiásico y su boca y clavijas minúsculas, los frutos ganaban carnosidad y sus vástagos y ombligos apenas se insinuaban. Todo era rotundo y voluptuoso. Distorsionando la realidad, lejos de traicionarla, la mejoraba. La hacía más sensual, más inocente y fastuosa.
Así tenía que ser porque los referentes de Botero estaban en el trópico. Como todos los grandes maestros de su generación, no sólo los protagonistas de la nueva plástica de los cincuenta -Cuevas, Obregón, Tamayo, Szyszlo- sino los novelistas del 'boom', Botero carburó su imaginación con los referentes de la vida pública y privada de América Latina. Desde el dictador en su palacio de gobierno hasta el bohemio en su burdel de pueblo, la vida y la experiencia del continente quedó reflejada en sus lienzos.
Estos temas podían ser nuevos, pero sus trazos arrastraban una larga tradición. Botero, y esta fue otra de sus particularidades, se saltó el XX. No siguió la pista del muralismo mexicano, que politizó la pintura, ni mucho menos las demandas de la plástica contemporánea, que convirtió el arte en concepto. Excepto por un breve período de influjo expresionista, sus maestros fueron los del Quattrocento, en especial Piero della Francesca. Indiferente a las modas, hizo lo que quiso, incluso superarse a sí mismo como escultor. Antes que teorizar o criticar la realidad, prefirió embellecerla, y nadie que visite la Plaza de Botero en Medellín, sembrada con sus obras, podrá objetar que supo conseguirlo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete