El arte español del siglo XX, en cien obras de la Colección Masaveu
Una investigación ha permitido documentar obras que se creían perdidas, como una de José Guerrero
Masaveu: los últimos inquilinos de la Milla de Oro del arte en Madrid

Si desde hace unas semanas 70 obras maestras de la Colección Pérez Simón se exhiben en la sala de exposiciones del Ayuntamiento de la capital, no muy lejos de allí podemos admirar, hasta el 20 de julio de 2025, los fondos del siglo XX ... de otra de las colecciones privadas más señeras: la Masaveu. En el número 6 de la calle Alcalá Galiano de Madrid se inauguraba en 2019 la sede de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, que desde 2013 gestiona la Colección Masaveu, formada por varias generaciones de esta familia de empresarios. Sus salas se estrenaron con los fondos del XIX español y ahora recoge el testigo el siglo XX.
La comisaria, María Dolores Jiménez-Blanco (quien, tras su paso por la dirección general de Bellas Artes, regresa al foso artístico), ha seleccionado cien obras, muchas desconocidas para el público, y ha pilotado un proyecto de investigación, catalogando las piezas con exhaustivas fichas comentadas por especialistas, incluida ella misma. Ha habido sorpresas, como un lienzo de José Guerrero, 'Rojo encendido', solo conocido por una fotografía en blanco y negro. En el catálogo razonado de la pintura del artista granadino figuraba como obra en paradero desconocido.
Fernando Masaveu, presidente de la fundación, explica en el catálogo que «la Colección Masaveu de arte del siglo XX comenzó a gestarse en los años 60 gracias al instinto y buen hacer de mis predecesores, Pedro Masaveu Peterson y Elías Masaveu Alonso del Campo, que a lo largo de los años supieron adquirir, tanto en el mercado nacional como en el internacional, una serie de obras de extraordinaria calidad que han engrandecido no solo la propia colección sino el patrimonio cultural español».



«Toda colección tiene algo de autorretrato, advierte la comisaria. Y en esta, el siglo español del siglo XX es muy potente. Hay muchos descubrimientos». La primera sala, dedicada a las vanguardias históricas, arranca con poderío: dos cabezas pintadas por Picasso (una de Jacqueline), una máscara de acero de Julio González, joyas cubistas de Blanchard o Gris, cuya obra 'El violín', realizada en 1914 en Colliure, está dedicada a Romain Thomas, su casero, a quien se la regaló. «Es una de las obras de Juan Gris más hermosas», dice Jiménez-Blanco.
El recorrido nos lleva por otros caminos de la modernidad, alternativos al cubismo. Es el reverso de las vanguardias: el luminoso Sorolla ('Mi mujer y mis hijas en el jardín') frente al oscuro Solana (la escena de un prostíbulo, 'Las chicas de la Claudia', que, según la comisaria, evoca a 'Las señoritas de Aviñón' y a 'Las Meninas'). La España blanca y la España negra. Dos vistas de Cadaqués firmadas por Dalí cuelgan junto a una 'Maternidad', de Vázquez Díaz que fue recortada (se incluye el panel central y un fragmento del tríptico), dos gitanas de Nonell, esculturas de Gargallo y Durrio, bajorrelieves de Hugué y Rebull... Sala a sala, Jiménez-Blanco nos desvela curiosidades, como lo difícil que ha resultado instalar piezas monumentales como 'Pieza de agua', de Baltasar Lobo, o 'El padre Ubú', de Miró, adquirida el año pasado. Del artista catalán hay además un óleo sobre cobre y otro sobre fibrocemento, muy delicado.
La visita incluye espacios especiales, como una sala con obra sobre papel (incluido el boceto de Benjamín Palencia para el cartel de la Barraca lorquiana), cuyas piezas rotarán por su fragilidad, y una especie de capilla con una sola obra de Dalí, de título muy daliniano: 'Assumpta Corpuscularia Lapislazulina'. Aparece en ella su célebre Cristo crucificado en una vista cenital, Gala metamorfoseada en la Virgen María... Estuvo en colecciones privadas fuera de España hasta que la adquirió en 1990 Pedro Masaveu Peterson. Parte de las obras de esta colección regresaron gracias a la ingente labor de esta familia en la repatriación de nuestro patrimonio.



Los realismos, esos que desaparecieron de las salas del Reina Sofía, copan una sala en la que Antonio López es el protagonista, con tres obras excepcionales: el monumental 'Madrid sur', uno de sus paisajes urbanos más emblemáticos; 'Interior del váter', pintura fundamental en el conjunto de la obra del artista, y 'Membrillero', la pintura del membrillo que aparece pintando en 'El sol del membrillo', de Víctor Erice. Está acompañado por amigos como Carmen Laffón, Amalia Avia y Julio López Hernández. Otro de sus amigos, Lucio Muñoz, se halla en la sala contigua, junto a Tàpies y Antonio Saura (cuelga una versión del 'Perro semihundido' de Goya, que le obsesionaba...). El informalismo centra un espacio, presidido por un monumental Chillida en madera de chopo. Le acompañan Millares, Canogar, Feito, Chirino, Rivera o Juana Francés, única mujer del grupo El Paso.
El recorrido continúa con los españoles en Nueva York (las abstracciones de Guerrero y Esteban Vicente), un pop muy 'sui generis' (Darío Villalba, Equipo Crónica, Genovés o Arroyo, que recrea la muerte de Lorca), paisajes abstractos (Zóbel, Torner), la abstracción geométrica (Equipo 57, Soledad Sevilla, Palazuelo), el 'boom' de la figuración y la pintura (Gordillo, Campano, Navarro Baldeweg)... Y otra especie de capilla reúne tres obras de Barceló. El arte más conceptual se concentra en un espacio silencioso: Espaliú, Aballí, Juan Muñoz, Cristina Iglesias y un desconocido Jaume Plensa.
Ha dejado la comisaria tres propinas colocadas por diversos espacios de la fundación: una pequeña tortuga de Juan Muñoz (cuesta encontrarla) y dos piezas de Oteiza y Sempere que parecen hechas para el lugar donde se han instalado.
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