¿Por qué quema el hielo?
ciencia cotidiana
Una paradoja sensorial que traduce la confusión de los receptores nerviosos ante un frío extremo
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En el reino de las sensaciones gustativas, donde el dulce acaricia y el salado aviva, existe una experiencia que desafía los paladares más audaces: el beso gélido del hielo en la lengua.
Imaginemos por un momento un cubito de hielo transparente, tan puro como un diamante tallado, reposando sobre nuestra lengua. Al principio, el contacto es frío, casi anestésico, como si una fina capa de escarcha se extendiera por las papilas gustativas.
Una sensación que nos resulta refrescante, similar a la brisa invernal que acaricia un rostro sudoroso.
Pero a medida que el hielo se derrite, liberando su glacial esencia, una transformación siniestra se apodera de la lengua. El frío deja de ser placentero y se vuelve punzante y mordaz.
La génesis está en la conducción térmica
Y es que, en el universo de los extremos, donde el calor abrasa y el frío congela, existe una paradoja que desafía la lógica: el hielo puede llegar a quemar. Esta afirmación parece sacada de un poema surrealista, pero tiene una base científica tan real como el crujir de la nieve bajo nuestros pies.
La respuesta se esconde en la danza termodinámica que se produce entre nuestro cuerpo y el hielo. Nuestro organismo, como una pequeña hoguera interna, genera calor constantemente para mantener sus funciones vitales. Al entrar en contacto con el hielo, este calor se transfiere rápidamente hacia él, siguiendo el principio de conducción térmica, lo que provoca una bajada brusca de la temperatura en la zona de contacto.
Como respuesta al frío, los vasos sanguíneos de la piel se contraen para reducir el flujo de sangre a la zona afectada, esto disminuye el aporte de oxígeno y nutrientes a las células.
Si la exposición al frío es prolongada o la temperatura es lo suficientemente baja, el agua contenida en las células de la piel puede llegar a congelarse. La formación de cristales de hielo en el interior de las células las rompe y las daña. De forma simultánea, las terminaciones nerviosas, confundidas por este cambio repentino, envían señales de dolor al cerebro, que las interpreta como una agresión física.
La lengua, además, se queda pegada al hielo
Pero regresemos por unos momentos al pasado y recreemos en la escena del cubito de hielo en la boca. En un abrir y cerrar de ojos nuestra lengua se queda pegada al hielo, como si una fuerza invisible la atrapara. La explicación de esta reacción está la tiene la saliva.
Esta sustancia contiene agua y diversos componentes, incluyendo sales minerales y electrolitos. Cuando la saliva entra en contacto con el hielo, se enfría rápidamente debido a la transferencia de calor.
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El agua de la saliva se congela, pero no lo hace de forma uniforme, sino que se inicia en pequeños puntos de contacto entre la lengua y el hielo. Alrededor de estos puntos la saliva restante se vuelve más viscosa debido a la concentración de sales minerales. La combinación de hielo y saliva pegadiza crea una especie de pegamento natural que atrapa la lengua en el bloque de hielo. Cuanto más tiempo permanezca la lengua en contacto con el hielo, mayor será la cantidad de saliva que se congela y más fuerte será la adherencia.
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