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El triángulo manriqueño

antonio lázaro

En 1479 la Mancha alta conquense era escenario principal de la guerra civil entre la reina Isabel y uno de los más significados partidarios de Juana «la Beltraneja», el poderoso Marqués de Villena. Durante meses el campamento real estuvo asentado en la villa de Santa María del Campo Rus. Objetivo importante era, hacia el norte, el próximo castillo de Garcimuñoz, bastión diz que inexpugnable del Marqués.

Con rango de capitán del bando regio, un noble caballero santiaguista perteneciente a la más acendrada nobleza de Castilla: Jorge Manrique. No siempre peleó del lado isabelino pero ahora lo hace, envuelto en la sombra de la reciente muerte de su padre «en la su villa de Ocaña» y, quién sabe, si también en las terribles del desamor.

En el transcurso de una refriega recibe una herida mortal, una lanzada en un costado, a pocos centenares de metros del castillo, en el lugar que hoy se conoce como «la cruz de don Jorge».

Los densos encinares que todavía hoy cubren la serrezuela entre Garcimuñoz y Santa María, salpicados de kársticas canteras, presenciarían el crepuscular cortejo de unos soldados porteando a su capitán, mortalmente herido, empapando con su sangre la maleza del monte bajo, en imagen tan bella como terrible de su descendiente, el poeta contemporáneo Manrique de Lara.

Ya en Santa María, Jorge Manrique fue conducido a «una casa principal de la plaza donde es público y notorio que murió». Al ser desnudado, entremetidas en su jubón, se encontraron dos coplas escritas en un papel ensangrentado: las denominadas «coplas póstumas»:

Oh mundo, pues que nos matas,

Fuera la vida que diste

Toda la vida,

Mas según acá nos tratas,

Lo mejor y menos triste

Es la partida…

Como caballero santiaguista que era, su cuerpo fue trasladado al convento-fortaleza de Uclés, donde fue inhumado en la iglesia medieval, demolida más tarde por la fastuosa traza que la edad moderna quiso dar al justamente llamado «Escorial de La Mancha».

Emblemático destino

El Quijote, la Celestina, el Lazarillo y don Juan aparte, las Coplas de Jorge Manrique son la creación literaria española más editada y celebrada en todo el mundo. Considerado el más lúcido y contenido cantor de la muerte («el caballero del tiempo·, según Dionisio Ridruejo), Jorge Manrique vino a abrazarla justamente a este espacioso y quijotesco pueblo de la provincia de Cuenca.

Si su lugar de nacimiento no está plenamente dilucidado (¿Toledo?, ¿Paredes de Nava?, ¿Segura de la Sierra?), lo que está claro es que don Jorge vino a morir a Santa María. Este es un dato bien documentado, acreditado e incuestionable, cargado de emoción y de significados.

Pero es que hay más: durante los seis meses que permaneció al frente del campamento en Santa María, el poeta caballero pudo componer su obra capital, las Coplas, excelso remate y culminación de toda su producción anterior como poeta de cancionero.

Así lo razona José Manuel Ortega, estudioso manriquiano y autor entre otros de «Jorge Manrique a través del tiempo (estudio y antología)»:

«Todo hace pensar que las Coplas se escribieron en un periodo corto y acotado de tiempo que bien pudo ser el de los últimos meses de la vida del poeta… Las coplas parecen una culminación de la existencia de don Jorge que necesariamente debieron ser escritas en un momento en que el fin de su vida, intuido o buscado, estaba muy próximo. El poema tiene algo de testamentario y parece situar al poeta en el umbral de su hora postrera».

En definitiva, la reciente muerte de su padre, su gran referente y guía, y su probable infelicidad conyugal, condujeron a Jorge Manrique a la escritura de las coplas dedicadas precisamente a don Rodrigo Manrique, la más estremecedora elegía jamás compuesta, en el periodo en que permaneció en Santa María, entre noviembre de 1488 y abril de 1479.

Lo que sin duda convierte a Santa María en lugar y momento estelar dentro de la apasionante geografía manriqueña.

El claro pensamiento y el decir claro del poema parecen reflejar la diáfana rotundidad del cielo y de los llanos de esta Mancha alta de Cuenca.

Historia y poesía

Mientras que Garcimuñoz tiene su imponente castillo y su cruz de don Jorge y Uclés, su majestuoso convento-fortaleza, Santa María perdió en un incendio su antigua iglesia, vinculada al episodio de la muerte en su término del caballero poeta. Es pues legítimo su derecho a reinventar, a visualizar su imperecedero legado manriqueño.

Ya lleva algunos lustros en ello. En la plaza, un bello y espectacular monumento-fuente se alza frente a la casa en la que la tradición sitúa la muerte del poeta inmortal. Ideada por el pintor León Coullaut y ejecutada por el escultor Manuel Alonso Reguilón, se alza sobre las roelas de la inconclusa iglesia, simbolizando el camino hacia la inmortalidad. Sobre la columna, la figura de una joven desnuda que simboliza la dualidad muerte-vida (esta a través del agua que cae sobre su mano izquierda). Hay otra versión: la leyenda popular según la cual una joven del lugar, al ver herido al poeta, se despojó de sus ropas para taponar con ellas la herida sangrante de su costado.

En el prado donde se alzó esos meses fatídicos y magníficos el real de las Hermandades de Castilla de Isabel la Católica, un gran monolito de piedra de las canteras de Garcimuñoz evoca los hechos con la siguiente inscripción: «Caminante que recorres estas tierras: recuerda que en este prado que ahora pisas, a la orilla del río, en el otoño de 1478 instaló su campamento militar el inmortal poeta Jorge Manrique y en él vivió los últimos meses de su vida».

Ahora un grupo de hijos de Santa María (el ya mencionado José Manuel Ortega, Jesús Delgado y el propio alcalde Carlos Patiño, entre otros) han hecho realidad el Museo de Jorge Manrique, un recurso cultural de primer orden que permitirá conocer y comprender el marco histórico y cultural que rodea la muerte de su máximo cantor, el llamado «triángulo manriqueño», así como la génesis de una de las obras maestras más universales de toda nuestra poesía.

Instalado en el moderno edificio del auditorio y casa de cultura, justo enfrente del prado y la estela conmemorativa recién mencionados, el Museo ofrece fondos bibliográficos, audiovisuales, iconográficos y paneles monográficos sobre Jorge Manrique y su tiempo, proponiendo un viaje a la vez entretenido y provechoso. El Museo abre todos los días del año a petición de personas y grupos; basta con contactar con el Ayuntamiento de Santa María del Campo Rus con la antelación debida.

Destacan piezas originales como una escultura del poeta a cargo de Julio López Hernández, un retrato de don Jorge por el pintor manchego Pepe Carretero, un cuadro contemporáneo del señor de Alarcón Fernando Martínez de Ceballos y el políptico manriqueño firmado por el gran pintor y muralista conquense Víctor de la Vega.

Próximamente, este Museo, el primero monográficamente dedicado al creador de las celebérrimas Coplas, se va a enriquecer con una instalación dedicada al diálogo entre las armas y las letras (tan representativo de Manrique), con una réplica de la cruz de don Jorge y con la puesta en marcha de un teatro guiñol en un carro de comediantes donde se recitarán las Coplas. Asimismo, está en fase de redacción una guía didáctica que facilite y optimice la visita al Museo.

Concebido para dar satisfacción tanto al hispanista más exigente como al estudiante de secundaria que recién se inicie en nuestra poesía medieval, el Museo Jorge Manrique se propone como un recurso didáctico de primer orden para escolares de Castilla-La Mancha y de toda España, que podrán revivir in situ el apasionante entorno y las circunstancias que permitieron la creación de la más estremecedora y serena composición literaria jamás dedicada a la muerte.

Las Coplas de Jorge Manrique, contra las que el tiempo, mensajero de la parca, no ha podido y que siguen manteniendo intactas su frescura y su emoción, cinco siglos y medio después de que un noble desesperado y lúcido las compusiera en la casa de un hidalgo de Santa María del Campo Rus.

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