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En el Valle de Charlton

Rubén Bover y Mikel Alonso juegan en el Charlton, un club salvado por un dueño cuya estela desprende el olor del dinero

ÍÑIGO GURRUCHAGA

En un fin de semana con fútbol de selecciones, el único estadio de Londres en el que podían jugar españoles era «The Valley» (el valle), la cancha que vecinos de Charlton excavaron, tras la Primera Guerra Mundial, en una vieja cantera de greda. Una inmobiliaria levantina, Llanera, patrocinó su camiseta, antes de suspender pagos, en la temporada del descenso de la Premier, 2006-07. El danés Allan Simonsen jugó allí, en 1982, cuando el fichaje de Diego Armando Maradona le convirtió en excedente del cupo de extranjeros del Barcelona.

El Charlton Athletic fue propiedad durante medio siglo de la familia Gliksten, que comerciaba con madera. Cansados de gastar su dinero en el fútbol, lo vendieron a Mark Huyler. Él fichó a Simonsen, que se negó un día a montar en el autobús del equipo si no le pagaban. Los pagos estaban entonces siempre pendientes del cierre de un contrato sobre un cargamento de goma. Un empresario en servicios mediáticos, Richard Murray, lo llevó a la Premier, pero, tras varios errores en el fichaje de «managers» y dos descensos, cicatrizó pérdidas hace nueve meses, vendiendo el 90% del club al abogado Michael Slater, hincha del Manchester City, y a Tony Jiménez, que tiene negocios inmobiliarios. Nació en Londres, hijo de una familia sevillana. Representan a la sociedad propietaria, cuya estela deja huellas de papel en las islas Vírgenes y en Suiza.

¿Quién será el dueño oculto? ¿Por qué lo compra cuando unos 4,5 millones de euros en salarios de jugadores y costes adicionales de unos 5,5 dejan dos o tres millones de pérdidas anuales en Tercera? Si subiese a Segunda, el dinero de la televisión pasaría de 350.000 euros a 3,5 millones. Tendrían que acertar en muchas cosas para llegar a la Premier, donde recibirían 35 millones. La venta del club podría saldar entonces un buen negocio. Han fichado a Rubén Bover, mallorquín de 19 años, que lleva dos en las ligas inferiores inglesas, y a Mikel Alonso, el hermano de Xabi, que ha regresado a Inglaterra —estuvo antes en el Bolton— tras su paso por el Tenerife. Bover está lesionado y Alonso se recupera tras un problema de tobillo. No jugaron el sábado en el empate (1-1) con el Tranmere.

Pero hubo expectación en «The Valley» para ver el debut de Mikel, el miércoles, contra el Brentford, en una copa menor cuyo nombre lo dice todo, Trofeo Pinturas Johnstone. Ganaron los forasteros 0-3 y el juego de Alonso confirmó que no tiene aún el ritmo de la competición. En el Brentford, que entrena el alemán Uwe Rösler, jugó el sevillano Miguel Ángel Llera, antes del Charlton.

Pasión persistente

Según la Asociación de Futbolistas Profesionales (PFA), al menos 240 extranjeros (sin contar galeses, escoceses, irlandeses y norirlandeses) juegan en los 72 clubes de las tres divisiones inferiores del fútbol profesional inglés. Diez son españoles, once contando a Carlos Pomares, que está en la academia del Sheffield United, por su acuerdo con el Alboraya U.D. valenciano. Hay 19 franceses, 13 australianos, ocho argentinos, un iraquí y un burundés.

Desde que Roberto Martínez, Jesús Seba e Isidro Díaz llegaron a Wigan, en el verano de 1995, y Albert Ferrer aterrizó en Chelsea, en 1998, el fútbol inglés ha cambiado en el campo y en el palco. Veinte españoles juegan ahora en clubes de la millonaria Premier, contando a juveniles de academias. Pero aún así 15.038 espectadores acuden un sábado cualquiera a «The Valley» para ver un buen partido de tercera, en el que el único extranjero era Yann Kermorgant, un delantero francés del Charlton, lento, marrullero, con un disparo decente.

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